El triste síndrome de la caperucita roja

Manuel Hinds señala que hay dos tipos de individuos que sufren del síndrome de la Caperucita Roja: aquellos que no pueden distinguir entre el lago y la abuelita y aquellos que no quieren hacerlo.

Por Manuel Hinds

En “El Discurso de la Servidumbre Voluntaria”, que he citado en estas líneas más de una vez, Étienne de La Boétie escribió en 1548 las siguientes palabras: “Yo quisiera meramente entender cómo es que tantos hombres, tantos poblados, tantas ciudades, tantas naciones, a veces sufren bajo un tirano que no tiene más poder que el que ellos le dan; que puede dañarlos sólo hasta los límites que ellos tienen la voluntad de cederle; que podría hacerles absolutamente ningún daño a menos que ellos mismos prefirieran aguantarlo en vez de contradecirlo”.

Yo creo que la respuesta es que en esos países que regalan su libertad hay mucha gente que tiene lo que yo llamo el síndrome de la Caperucita Roja: la dificultad de distinguir entre el tirano y el líder constructivo, igual que la Caperucita no podía distinguir entre el lobo y la abuelita. Hay dos tipos de los que sufren de dicho síndrome: los que no quieren distinguir lobos de abuelitas y prefieren dejarse engañar por el tirano, y los que de verdad tienen dificultad de distinguirlos.

Los primeros son gente dominada por un natural servilismo. Prefieren la servidumbre a la libertad porque la sienten más segura. Cuando ven a un tirano, o a un aspirante a tirano, estos ciudadanos corren a colaborar con él a cambio de que el tirano los proteja o les de privilegios. La cooperación siempre conlleva ayudarle al tirano a controlar a los demás, lo cual implica desde apoyarlo con la opinión pública, hasta darle recursos financieros y hasta denunciar a las personas que no están de acuerdo con el tirano. Estos nunca se engañan. Se hacen los engañados.

Hay otros que sí son engañados y aquí cabe más la pregunta de de la Boétie. ¿Por qué hay tanta gente que parece creerle al presidente que él es el mejor presidente que puede haber, y que aprueban su gestión como si él hubiera logrado alguna visión que él ofreció en las elecciones, si él nunca ofreció ninguna visión y si, por el contrario, todo lo que ha logrado son enormes fracasos en la salud y la economía?

La respuesta es que la estrategia política del presidente no se basa en unificar al pueblo alrededor de algún logro positivo, digno de la abuelita, como el progreso de todos en paz, sino en uno totalmente negativo, digno totalmente del lobo, como lo es la unificación de la mayoría a través del odio hacia una minoría que él irá escogiendo hasta que todos sus enemigos estén destruidos, y mucho más allá.

El éxito de esta estrategia se logra convenciendo al pueblo de que lo que más desea no es progresar sino destruir a los que más odia, definiendo a estos como los que el presidente mismo les dice que son sus enemigos. Una vez dentro de esta psicología, para ellos el triunfo no es subir ellos sino hacer que los demás bajen. Esta definición del triunfo es el sueño de un gobierno incapaz como el nuestro, que está logrando que todos bajemos y nos empobrezcamos, diciendo siempre que los culpables son los enemigos del presidente, logrando así cada vez más odio, que justificará cada vez más fracasos.

Esta política de odio, que inauguró Mauricio Funes con sus sábados destructivos, la ha llevado el presidente a su máxima expresión en nuestros días. Su política se ha convertido en una rutina en la que, en una o más cadenas nacionales de televisión, identifica a un enemigo o un grupo de ellos (“el poder económico”, por ejemplo), convierte la frustración colectiva por su pésimo manejo de la pandemia, de la economía y de la administración pública en odio hacia este grupo, y luego manda a capturar o a destruir la vida de gente representativa de los que él ha nombrado enemigos del pueblo. Esto seguirá siempre porque un régimen así siempre necesita enemigos.

En algún momento la población se dará cuenta de la profunda manipulación que la ha llevado a desear y condonar su propia destrucción en aras de las ambiciones de poder de un grupo pequeño al que, como notaba De la Boétie, le ha regalado su libertad y su futuro y el de sus hijos. Ojalá que no sea después de las elecciones de 2021, que, si se pierden, volverían la libertad y el futuro dificilísimos de recuperar.

Este artículo fue publicado originalmente en El Diario de Hoy (El Salvador) el 7 de septiembre de 2020.