El libre comercio es bueno para el medio ambiente
Sallie James asevera que "el proteccionismo en nombre del cambio climático acarrearía pocos beneficios y mucho riesgo, para el ambiente y para la economía mundial".
Por Sallie James
Si las cumbres fueran un pronosticador confiable de una actividad, entonces el cambio climático estaría acercándose a su época dorada. Tanto la reciente cumbre climática de la ONU, como la cumbre del G-20 en Pittsburg, intentaron revivir las agonizantes esperanzas de que la conferencia de diciembre en Copenhague pueda resultar en un acuerdo que reemplace al Protocolo de Kyoto, el cual expira en 2012.
Si los líderes del G-20 en verdad quieren demostrar su compromiso con hacer algo respecto al cambio climático, les haría bien ser más cautelosos en cumplir sus compromisos referentes al libre comercio.
Muchos sentimientos grandilocuentes fueron ventilados en ambos eventos. El secretario general de la ONU Ban Ki-Moon anunció que el mundo está “un paso más cerca” de un acuerdo sobre cambio climático. Pero, por supuesto, se negó a indicar que este particular viaje de mil kilómetros parece ser cada vez más inestable y que un paso no es ni remotamente el avance suficiente para aquellos que esperan un acuerdo en diciembre.
El nuevo primer ministro de Japón hizo las paces con sus colegas al reafirmar su promesa de reducir para 2020 las emisiones de su país a un 25% menos de los niveles de 1990. El presidente chino Hu Jintao solamente prometió que su país reduciría sus emisiones por un margen “significativo”, pero al menos se mostró receptivo a los esfuerzos por reducir emisiones. El presidente Obama dio otro gran discurso que, aunque tuvo pocos datos específicos, indicó que EE.UU. aceptaba la responsabilidad por el daño causado en el pasado, mientras que continuó insistiendo que se requerían esfuerzos por parte de “naciones en desarrollo que están creciendo rápidamente”.
En cuanto al comercio, el G-20 sin duda alguna se comprometerá a trabajar para completar la Ronda de Doha de la OMC antes del 2010, y de mantener el comercio abierto mientras tanto. Desafortunadamente, su récord en esta área no es destacable.
El G-20 ha emitido de manera consistente—e hipócritamente en vista de sus actos posteriores—comunicados enfatizando la importancia de evitar el proteccionismo en medio de la crisis financiera global, solo para que luego sus miembros hagan exactamente lo opuesto. Muchas veces la tentación entre los países del G-20 de subsidiar y proteger a los suyos ha probado ser demasiado difícil de resistir.
La tensión política entre los sectores domésticos que
buscan una protección y aquellos que están a favor de un comercio
más libre está empezando a hacerse evidente en el debate del
cambio climático. Vale recalcar que el libre flujo de productos y la
calidad ambiental no están necesariamente en conflicto.
De hecho, gracias a que el comercio deriva en riqueza, y la riqueza en un
creciente deseo y habilidad de proteger el ambiente, los dos se complementan.
No obstante, muchos líderes del G-20 están haciendo lo mejor
que pueden para enmarcarlos como dos objetivos totalmente opuestos. El presidente
Sarkozy a principios de este mes se convirtió en el último político
en pedir que aranceles al carbono “nivelen el juego” para los
productos franceses que soportarán un impuesto al carbón y que
aún así tendrían que competir con importaciones libres
de este tipo de gravámenes.
Algunos políticos estadounidenses tienen ideas similares. Los senadores provenientes de estados con industrias de manufacturas, y cuyos votos son cruciales para asegurar la aprobación de la ley acerca del clima que se debate en el Senado, han insistido varias veces que su respaldo depende de la protección de industrias domésticas vulnerables. Ellos continúan argumentando que las importaciones chinas están amenazando puestos de trabajo en EE.UU. en industrias con uso intensivo de energía, aún cuando más de dos tercios de ese tipo de productos vienen de otros países con ingresos similares (y, en algunos casos, con políticas más verdes).
El presidente Obama habló en contra de las medidas comerciales excesivas introducidas en dicha ley cuando fue aprobada en junio en la Cámara de Representantes, pero no dijo si vetaría una ley final si contenía los mismos elementos. Obama ha demostrado poca voluntad para resistir el canto de sirena del proteccionismo, juzgando por sus acciones respecto al comercio desde que asumió la presidencia. También ha mostrado una falta de comprensión sobre las repercusiones del proteccionismo en las relaciones exteriores, al anunciar aranceles sobre los neumáticos chinos justo antes de la cumbre climática en la que la cooperación de ese país era crucial.
Enfurecer a los chinos amenazándolos con barreras comerciales sería un gran error. Y considerando que EE.UU constituye menos del 1% del mercado para los productos chinos intensivos en energía, los aranceles incentivarían aún menos a los productores a hacer más limpias sus técnicas de producción para lo que sería un mercado cada vez más pequeño. Lo que harán es más bien aumentar los costos de los productores estadounidenses que usan insumos chinos, y finalmente, los costos para los consumidores estadounidenses.
El proteccionismo en nombre del cambio climático acarrearía pocos beneficios y mucho riesgo, para el ambiente y para la economía mundial. Los líderes que están preocupados por uno o ambos de los objetivos deberían empezar a cumplir con sus propias promesas acerca del comercio libre.