Educación: Competencia o monopolio
¿Les conviene más a los consumidores la competencia o el monopolio en los bienes y servicios que compran? Apliquemos esa pregunta a algunos aspectos de nuestras vidas.
Antes de la desregulación, cuando existía un monopolio y se restringía la participación en servicios telefónicos, ¿estaban los consumidores mejor que ahora que hay una dura competencia? Cualquiera mayor de 40 años comprenderá las diferencias. La competencia ha aportado a los consumidores una gran variedad de opciones, precios más bajos y mejor servicio que cuando el gobierno metía la mano.
Y ¿qué de los supermercados? ¿Estarían mejor o peor los consumidores si uno o dos supermercados gozaran de un monopolio exclusivo? El supermercado promedio ofrece más de 50 mil variedades de productos, hace ventas especiales y utiliza diferentes estrategias para conseguir clientes y retener su lealtad. ¿Tendrían los mismos incentivos si gozaran de un monopolio?
El gobierno le da a los pobres cupones para alimentos. ¿Se beneficiarían los pobres si en lugar de utilizar esos cupones en cualquier supermercado tuvieran que conseguir sus alimentos en tiendas del gobierno?
Una muy abundante evidencia comprueba que los consumidores se benefician cuando los proveedores de bienes y servicios son motivados por las ganancias, donde sobrevivir requiere el constante esfuerzo en conseguir y mantener clientes. ¿Cuándo pueden los comerciantes sobrevivir ofreciendo mal servicio y pocas opciones a altos precios, sin complacer a los clientes? Solamente donde hay poca competencia y funcionan monopolios con apoyo gubernamental. El mejor ejemplo es la educación pública.
John Stossel, de la televisora ABC, produjo un documental, apropiadamente titulado “Estúpido en América: ¿Cómo engañamos a nuestros niños?”, que demuestra visualmente lo que no es otra cosa que un fraude en la educación. En el documental hacen un examen a estudiantes promedio de bachillerato en Bélgica y a un grupo de destacados estudiantes de bachillerato en New Jersey. Los muchachos belgas aplastaron a los estadounidenses y los llamaron “estúpidos”. Y no son solamente los jóvenes belgas quienes reciben una mejor educación que los jóvenes de Estados Unidos; lo mismo sucede con estudiantes polacos, checos, surcoreanos y de 17 otros países.
El documental no deja dudas de la mala educación recibida por jóvenes blancos en Estados Unidos, pero la recibida por muchos estudiantes negros realmente da asco y es casi criminal. Stossel entrevistó a un joven negro de 18 años que casi no podía leer un librito para niños de primer grado. La televisora lo envió al Centro de Aprendizaje Sylvan y en 72 horas su lectura mejoró, alcanzando el nivel de tercer grado.
“Estúpido en América” relata el caso del maestro que le enviaba mensajes sexuales a una estudiante de 16 años. Después de un litigio que duró seis años en los tribunales, el Departamento de Educación de la Ciudad de Nueva York logró despedir al maestro; mientras tanto, ese maestro cobró más de 300 mil dólares en sueldos.
La solución del problema educacional no es más dinero, sino la beneficiosa competencia que se lograría si los padres pueden escoger la escuela para sus hijos. Casi todo el mundo está de acuerdo en que haya financiamiento estatal de la educación, pero no hay ninguna razón para que el estado produzca la educación.
Estamos de acuerdo en tener aviones de guerra F-22, pero eso no quiere decir que el gobierno debe fabricar esos aviones.
Un sistema de libre escogencia de las escuelas avanzaría si el gobierno distribuye vales educacionales o créditos en el pago de impuestos a los padres, todo lo cual lograría la necesaria competencia y rendición de cuentas en la educación. ¿Qué tiene de malo que los padres tengan el derecho y los medios para inscribir a sus hijos en las escuelas de su preferencia?
Artículo de la Agencia Interamericana de Prensa Económica (AIPE)
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