Economía del conocimiento: otra vez el juego de la perinola

Martín Krause dice que aunque la Ley de Economía del Conocimiento haya sido aprobada de forma prácticamente unánime en el Congreso, esta unanimidad no generó una seguridad duradera para las inversiones, pues se mantiene el consenso de delegar poderes al ejectuvo para que este reparta beneficios.

Por Martín Krause

¿Cómo podemos esperar que haya inversiones si con cada cambio de gobierno (o de ministro) modificamos las reglas de juego? La inversión siempre espera resultados a futuro; resultados que pueden estar más cerca o más lejos. Dado que si hay algo que no conocemos con certeza es el futuro, toda inversión es incierta y todo inversor trata de reducir ese riesgo al mínimo.

Los gustos de los consumidores pueden cambiar (piense si hubiera invertido en Blockbuster), las dotaciones de recursos pueden modificarse (el shale oil no era considerado un recurso hace un par de décadas) y pueden surgir nuevas tecnologías. Para invertir, además, hace falta una moneda que permita realizar cálculos económicos sobre la base de un valor relativamente previsible por varios años.

Por último, para invertir mínimamente hay que conocer cuáles serán los impuestos a pagar, la evolución que tendrían los salarios, los costos de la mano de obra, la posibilidad de acceso a divisas. Los países que reciben inversiones son aquellos que pueden ofrecer reglas de juego favorables (bajos impuestos y regulaciones) y estables.

Y también recursos. Pero la definición de recurso ya no tiene que ver con factores provistos por la naturaleza, sino con la capacidad, la educación, la iniciativa, la empresarialidad. Por eso son ricos Singapur o Hong Kong, sentados sobre un par de rocas.

Nos hemos cansado de escuchar que la Argentina tiene muchos de esos recursos y, últimamente, que también tiene los vinculados con el conocimiento, a punto tal que se espera (o se esperaba) que estas industrias alcanzaran a ser el segundo o el tercer rubro de exportación, detrás de los productos del agro.

Unanimidad y consenso

El año pasado se aprobó una Ley de Economía del Conocimiento, que fue votada por el Congreso en forma prácticamente unánime. Supuestamente, eso refleja un elevado grado de consenso y puede ser tomado como una señal de estabilidad en las reglas de juego, para que los inversores se animen a desplegar todos sus proyectos.

En nuestro caso, sin embargo, eso no es así. Se acaba de suspender la aplicación de la ley hasta que se dicte una nueva reglamentación. Y ya se anuncian importantes cambios que modificarán el cálculo económico de los inversores. Esta vez, la "estabilidad" duró unos pocos meses.

¿Cuál es la razón de que incluso normas aprobadas en forma unánime no puedan garantizar estabilidad? La respuesta es que ese consenso era falso, o que se refiere a otra cosa. Ahora, el Congreso va a reformar la ley y probablemente también lo haga con unanimidad. ¿Quién se anima a votar "contra" la tecnología, el progreso, la innovación? Todo eso es "políticamente correcto" en estos tiempos.

Pero es una "unanimidad" que no genera seguridad. Refleja que el único consenso que existe es el que dice: yo ayer te apoyé cuando beneficiaste a A, B y C; ahora ustedes me apoyan cuando yo beneficio a X, Y y Z. Algunos quieren bajar a otros de los beneficios recibidos ("entraban hasta cervecerías artesanales"); otros quieren que el tren pare en su estación para subirse a los beneficios (pymes industriales). La calesita volvió a funcionar y la perinola está en juego. El consenso es sobre la calesita.

El Gobierno y la oposición son responsables, porque disfrazan de "políticas de Estado" la delegación de funciones al Poder Ejecutivo, y el acuerdo por el cual ayer repartí yo, hoy te toca a vos. En medio de todo eso, la confianza para las inversiones cae, o más bien se acorta a invertir en lo que se espera que dure el presente "consenso", hasta que llegue el próximo.

Este artículo fue publicado originalmente en La Nación (Argentina) el 17 de febrero de 2020.