Cerrando mercados

Juan Ramón Rallo explica que imponerle un arancel al acero y exhortar a que las obras públicas se financien con producto nacional "Es el mismo error que cometió Estados Unidos en 1930 con el arancel Smoot-Hawley".

Por Juan Ramón Rallo

No supone ninguna sorpresa decir que los mercados se adaptan a las necesidades de los consumidores, esto es, que la demanda tiende a configurar la oferta que pretende satisfacerla. La pluralidad de demandas por tanto determina la pluralidad de ofertas, lo que a su vez permite la división del trabajo y la especialización. Los factores productivos tienden a concentrarse en satisfacer del mejor modo posible su nicho de mercado y para ello van volviéndose cada vez más específicos: los trabajadores mejoran sus destrezas requeridas en su empleo, aparecen nuevos proveedores para cada bien concreto, surgen máquinas tecnificadas en una tarea determinada, etc.

Esta especialización y división del trabajo y del capital permite incrementar la productividad y mejorar la calidad de vida de los consumidores. Ahora bien, en sus grandes ventajas se encuentra también el germen de su riesgo. Una estructura productiva muy especializada y con factores muy específicos es también muy rígida y poco adaptable al cambio de demanda: dado que trabajadores y bienes de capital se han vuelto muy específicos, su recolocación hacia tareas distintas para las que fueron concebidas se dificulta. Es necesario pasar por un proceso de “reciclaje” en el que los factores van reconfigurándose para satisfacer la nueva demanda en el mercado, reciclaje que los keynesianos cortoplacistas suelen despreciar como de “recursos ociosos”.

El ciclo económico supone un caso particularmente abrupto de este proceso. Mientras los bancos centrales expanden artificialmente el crédito, la demanda de bienes de inversión y de consumo duradero se incrementa también artificialmente. Las empresas van adaptando sus estructuras a las nuevas demandas y cuando finalmente el flujo de crédito se corta, comienza un costoso proceso de quiebra y de reconversión de factores mediante sus liquidaciones en el mercado.

Un caso típico ha sido la construcción en España y en parte en EEUU: cuando los bajos tipos de interés dispararon la demanda de viviendas, el número de promotoras y constructoras comenzó a aumentar, los bancos se especializaron en la concesión de hipotecas y de préstamos a la construcción, muchos trabajadores dejaron de lado su formación para ofrecer su mano de obra a estas empresas y algunos proveedores como las cementeras también multiplicaron su actividad y sus inversiones. Con todo, la interrupción súbita en el crédito desplomó la demanda de viviendas y de todos estos sectores que tuvieron que empezar a adelgazar y a dejar de utilizar factores poco móviles entre actividades: el paro en la construcción creció, las constructoras, promotoras y cementeras quebraron o se reestructuraron, los bancos congelaron su cartera de hipotecas y el stock invendible de viviendas está tratando de enajenarse a precios cada vez más bajos.

Los keynesianos confunden las causas con las consecuencias y creen que las crisis se originan por la contracción de la demanda, de modo que resulta imprescindible que el Estado garantice la demanda, especialmente en los sectores más afectados por la crisis. Para ello proponen distintas recetas, como incrementar el gasto público o imponer aranceles al comercio internacional que reconduzca la demanda de los estadounidenses desde el consumo externo al consumo interno.

Pero en EE.UU. aquellos que rodean al gobierno están valiéndose de la retórica proteccionista y han propuesto un arancel sobre el acero y un exhorto a que las obras públicas se financien con producto nacional. Es el mismo error que cometió Estados Unidos en 1930 con el arancel Smoot-Hawley.

La política proteccionista supone un cierre masivo de mercados, ya que los extranjeros no pueden vender en EEUU y, como consecuencia, tampoco pueden comprar. El tejido empresarial, adaptado a un mercado global, sufre una contracción mucho mayor que la que estaba experimentando por la restricción del crédito. Ya no sólo se liquidan las malas inversiones, sino también las que eran buenas mientras las fronteras estaban abiertas.

Como ya sucedió en el 29, la estulticia gubernamental puede convertir una crisis intensa en una gran depresión; la hostilidad al comercio internacional es sin duda una de las peores políticas que podían aplicar.