Ravines: Mártir de la libertad

Alberto Benegas Lynch (h) relata brevemente la historia de Eudocio Ravines, responsable de haber organizado los movimientos comunistas en España, Chile, Argentina y Perú y quien luego se decepcionaría del sistema comunista.

Por Alberto Benegas Lynch (h)

Es de gran interés relatar resumidamente la historia de una persona compenetrada con el marxismo y vinculada a la elite del aparato soviético, responsable de haber organizado los movimientos comunistas en España, Chile, Argentina y Perú por lo que obtuvo los Premios Stalin y Mao. Nos referimos a Eudocio Ravines.

Nació en un pueblito peruano en 1897. Sus padres querían que fuera fraile de la orden franciscana. Estaba muy impresionado con la extrema pobreza que su familia padecía y con la que lo rodeaba. En su primer trabajo fuera de su casa, en Lima, en el comercio de Albert Kobrick, se hizo de algunas de las obras de Lenin, Marx, Trotsky y Engles, las cuales leyó con avidez en poco tiempo.

Comenzó a escribir asiduamente en el periódico “La Razón” e influye en su pensamiento el fogoso orador y lector empedernido Juan Carlos Mariátegui. En 1919, el mencionado periódico deja de imprimirse y funda “Rincón Rojo” y escribe en la revista “Claridad” hasta que el gobierno lo deporta a Chile donde, a su vez, es deportado a la Argentina. En este país toma contacto con José Ingenieros, Juan B. Justo, Rodolfo Ghioldi, Nicolás Repetto, Carlos Sánchez Viamonte y Vittorio Codovila, en esa instancia todos admiradores de la revolución rusa y con los que participa en la Liga Anti-Imperialista y ayuda a consolidar el Partido Comunista.

Con lo que pudo ahorrar en su precario trabajo viaja a París donde colabora en la formación y en la plataforma de la Alianza Popular Revolucionaria (APRA) en estrecho contacto con Víctor R. Haya de la Torre que por entonces se encontraba exiliado en Londres, documentos que enfatizaban la “nacionalización de la tierra y las industrias”. En Francia lo conoce a Henry Barbusse que dirige “Monde” donde Ravines comienza a colaborar periódicamente.

En 1927 es designado delegado argentino del Partido Comunista al Congreso en Bruselas y en 1929 es designado delegado del grupo socialista-comunista de Perú al Congreso de Frankfurt. Ese mismo año es invitado a Moscú donde se encuentra con la primera sorpresa en el tren ruso: las porciones para el desayuno eran mínimas y a precios varias veces superiores a las raciones suculentas de los desayunos parisinos. La segunda sorpresa es el estado miserable de la gente, la mugre y el hacinamiento a medida que el tren iba recorriendo diferentes lugares, a lo cual los comisarios encargados de vigilarlo le explicaron que era “la herencia recibida” aún después de doce años de iniciada la revolución. La tercera sorpresa, fue comprobar en Moscú la opulencia con que vivían y las comidas y las bebidas que se servían en las mansiones de los jerarcas del partido, pero aceptó que se trataba de los dolores del parto provocados por la transición al nuevo régimen.

Luego forma el Partido Comunista en Lima y, en 1930, es primero puesto preso en un calabozo y luego deportado nuevamente por el gobierno, también a Santiago y luego a Buenos Aires, desde donde es llamado a Montevideo para encargarle la urgente misión de sacar todos los archivos del Partido Comunista de Argentina y llevarlos a Perú dado el inminente golpe militar contra Yrigoyen. Así fue financiado por la Unión Soviética para aparecer como hombre rico y no despertar sospechas (le hicieron comprarse varios trajes, muchas corbatas, zapatos y camisas y alojarse en el Plaza Hotel). A pesar de las múltiples dificultades por las que tuvo que atravesar, cumplió con el cometido y voló a Lima vía Montevideo y Bolivia, donde participó activamente en la radicalizada Conferencia General de Trabajadores en 1932, a raíz de lo cual fue otra vez detenido y condenado a 25 años de prisión donde enfermó gravemente de paludismo.

A los pocos años se fugó de la prisión con ayuda de los soviéticos quienes se encargaron de llevarlo a Rusia con la idea de aprovechar sus consejos y curarlo. En esa ocasión se llevó otras tres sorpresas. La primera es que se anotició que nunca vio un obrero ni un campesino en las deliberaciones del partido a pesar de que teóricamente todo sería realizado por los proletarios. La segunda fue como consecuencia de su enfermedad cuando preguntó la razón por la que faltaban medicamentos: le respondieron que era indispensable gastar en armamentos debido a los “ataques permanentes de Occidente” y la tercera fue el comienzo de las terribles purgas de Stalin liquidando a sus propios camaradas (comenzando por su segundo el otrora poderoso S. Kirov).

De todos modos, Ravines prosiguió con sus actividades y mantuvo entrevistas con Satín y con Mao (en ese momento en Moscú) donde escuchaba sorprendido largas peroratas sobre “las maravillas del Segundo Plan Quinquenal”. En esas reuniones planteó la necesidad de organizar Frentes Populares en España y en Chile como método de penetración y asistió a sesiones con el cuerpo de asesores de Dimitrov donde se explicaba la importancia decisiva de ocupar cátedras universitarias e infiltrar diversas manifestaciones religiosas, en especial a la Iglesia Católica.

Le incomodaba pero pasaba por alto el hecho de que no pudiera recibir visitas sin que se reporten a la portería del hotel donde se hospedaba, las preguntas periódicas que le formulaban agentes de la policía y los seguimientos de que era objeto. Finalmente viaja a Santiago con documentación falsa y bajo el nombre de Jorge Montero y organiza el Frente Popular a través de la “Liga de los Derechos del Hombre” y de “Casa América” y en 1937 comienza a dictar clases (se enamora de una de sus alumnas —Delia de la Fuente— y se casa y tiene dos hijas). Es llamado nuevamente a Moscú donde se le encarga trabajar en un Frente Popular en España donde funda el periódico “Frente Rojo”.

Un noche, en un hotel de Madrid, un camarada y amigo, de origen italiano, de apellido Marcucci —después de escuchar en la radio las noticias de que el Comité Central del Partido había ordenado matanzas a quienes operaban en el mercado negro en Rusia y sus satélites— le habla largamente, muy desilusionado y angustiado sobre como había entregado su vida al sistema comunista al que se refiere como “la gran estafa” (nombre que mucho después Ravines utilizó para escribir sus memorias, fuente principal de la información disponible que resume Federico Prieto Celi en su biografía). Esa noche, Eudocio Ravines escucha un disparo proveniente de la habitación contigua y encuentra que su amigo se había suicidado, todo lo cual hace que el protagonista de esta historia termine de indignarse por las conductas de los dirigentes del partido, pese a lo cual vuelve a Moscú en 1938 con la preocupación de sentirse rehén del aparato al tiempo que intentaba por todos los medios que su familia fuera trasladada a Francia desde España donde estaba pasando hambre. En esos momentos tiene lugar la tercera purga y Hitler firma el tratado con Stalin (Molotov-von Ribbentrop). Es trasladado a Chile una vez más y allí decide romper con el círculo soviético pero mantiene su fe marxista. Consideraba que el problema radicaba en la irresponsabilidad de los administradores del régimen. De todos modos varios emisarios le advierten que “dentro del Partido no se toleran las abjuraciones” por las que sufrió reiteradas amenazas y ataques físicos y morales a través de su vida.

Vuelve a Perú y es expulsado del Partido Comunista y funda el periódico “Vanguardia” en 1945 desde donde continúa defendiendo ideas marxistas. Al poco tiempo lo asesinan a Gaña —director de “La Prensa”— en cuyo entierro hablan muchos periodistas entre los que se encontraba José Miró Quesada de “El Comercio” y Pedro Beltrán de “La Prensa”. Fue esta última persona la responsable de influir en Ravines para que comprenda las ventajas de los mercado libres y el liberalismo en general con lo que abandona el socialismo-marxismo y percibe que no es una cuestión de hombres sino de sistema y que la sociedad abierta es lo que mejor saca a los pueblos de la pobreza.

Comienza una intensa campaña periodística de crítica a los gobiernos intervencionistas y es puesto en prisión, en 1947 y deportado al año siguiente, en esta ocasión por los motivos opuestos y a pesar de sus sufrimientos debido a avanzadas úlceras gástricas. Luego de un nuevo interregno en Lima, vuelve a ser deportado en 1950 a México, donde en 1952 escribe las antes mencionadas memorias, obra titulada La gran estafa que fue un éxito editorial y se tradujo a varios idiomas. Esta historia de retornos y deportaciones no para allí: en 1956 vuelve a Lima hasta que en 1970 el decreto ley 18309 del general Velasco Alvarado lo expulsa y le quita el pasaporte y la ciudadanía. Luego de lo cual vivió en Guatemala, Buenos Aires y México con pasaporte boliviano y nunca más pudo regresar a su país.

Escribe Ravines en el prólogo a la décima edición de sus memorias: “La economía de mercado condenaba íntegramente, sin redención posible, al marxismo y al socialismo, a la economía dirigida, al estatismo y a todas las formas de New Deal que pululan arrojando pérdidas, frustraciones y miseria sobre la Tierra [...] La realidad me convenció de que si el comunismo se arrepintiese de sus crímenes con la más sincera de las contriciones, si renunciase a sus métodos de opresión y se postrase humildemente ante la libertad, sería obligatorio seguir combatiéndolo por inepto [...] Se me anclaron, con ésta, dos firmes conclusiones: el socialismo y la miseria dolorosa y depravada de las masas, son inseparables. La opresión y la miseria siguen al socialismo como la sombra al cuerpo”.

Personalmente tuve una muy estrecha relación con Eudicio Ravines y lo presenté en distintas tribunas en Buenos Aires, en Guatemala y en México. En muchas ocasiones el orador debió sortear incidentes de diverso calibre. Por ejemplo, cuando en mi calidad de asesor económico de la Cámara Argentina de Comercio lo presenté ante una audiencia colmada de gente en la sede de la institución, siendo presidente Armando Braun, ni bien Ravines comenzó con las primeras palabras de su disertación un individuo ubicado entre el público, rodeado de varios compinches, le comenzó a gritar groserías imposibles de reproducir y secundado por sus adlateres.

Cada vez que mencionaba su conversión del sistema totalitario al de la libertad se emocionaba vivamente y decía que era como el camino a Damasco de San Pablo y que escribiendo todos los días en diferentes periódicos de América latina y Miami y pronunciando conferencias en todas partes donde lo invitaran intentaba reparar el inmenso daño que había causado. A partir de su abandono de las filas comunistas estaba perfectamente al tanto de los riesgos que corría pero los asumió y se entregó como mártir de la libertad. Fue asesinado en México el 23 de noviembre de 1978 a los tres meses de haber recibido su última advertencia en una feroz golpiza que le propinaron seis sujetos encapuchados.