Proceso de paz en Colombia: Amenazas y oportunidades
Javier Garay dice que si es exitoso el proceso de paz en Colombia "el centro del debate público dejaría de ser el conflicto... Si este tema desaparece de las preocupaciones de los colombianos, tendrán que debatirse otros temas que, estos sí, tienen que ver con el desarrollo, como el de las intervenciones del Estado en la economía, la existencia de subsidios a diferentes sectores, el gasto público, entre otros".
Por Javier Garay
El inicio de un proceso de paz en Colombia entre el gobierno y la guerrilla de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia —FARC— ha llevado a una profunda polarización entre las agrupaciones políticas del país. La derecha ha manifestado su oposición absoluta. Por su lado, la izquierda ha encontrado razones para el optimismo. En el primer caso, lo que se busca es recuperar el poder. En el segundo, obtenerlo por primera vez en la historia del país. Ninguna de las dos posiciones, sin embargo, permite hacer un análisis profundo de lo que está sucediendo.
El proceso de paz no es ni será el ideal. El Estado colombiano tendría que haber enfrentado la amenaza como lo que es, una de carácter criminal (en todas sus formas: terrorismo, tráficos, secuestro, entre otras), con un disfraz político. Sin embargo, fue incapaz de hacerlo, como demuestra el hecho que la existencia de la guerrilla lleva casi cincuenta años. Además, el Estado permitió, desde un principio, que el papel político eclipsara la realidad criminal. Es claro que, si llega a darse un acuerdo como resultado de este proceso, la sociedad colombiana tendrá que aceptar muchos "segundos mejores" o, incluso, terceros o cuartos. El tema de la justicia alternativa (propia de la justicia transicional), el proceso de desmovilización y reinserción de militantes de un grupo que los ha expuesto a vivir en lógicas de violencia y de apropiación de recursos; la verificación de cumplimiento de los acuerdos son algunos de ellos.
A pesar de lo anterior, en realidad, el Estado colombiano fue incapaz de cumplir con su función de garantizar la seguridad de los habitantes por muchos años. Además, por la existencia —y recrudecimiento— del conflicto, otros problemas fueron creados. Primero, aparecieron muchos grupos ilegales que, simulando a la guerrilla o enfrentándola, degradaron la situación de violencia en el país. Segundo, el conflicto se convirtió en el centro del debate político. Tercero, al atravesar una situación anormal de violencia y conflicto, el Estado adquirió mayores competencias que le han permitido intervenir en las vidas privadas de los ciudadanos, en la dimensión individual (interceptaciones, requisas, expropiaciones), como en la económica (hasta hoy, la mayoría de subsidios o ayudas que da el Estado a grupos específicos de la sociedades se argumentan como cuestiones de seguridad al impedir que la guerrilla adquiera base social o capacidad de control de territorios).
Como resultado de lo anterior, el proceso de paz en curso plantea una posibilidad, aunque mínima, para que Colombia comience a consolidar las bases y, en algún momento, se convierta en una sociedad liberal. Esta posibilidad es mínima porque ya han existido experiencias en el pasado, como durante el gobierno de Andrés Pastrana (1998 - 2002), que resultaron en fracaso. Es mínima porque, al ser un segundo mejor el proceso, existen dos peligros. Primero, los acuerdos pueden incluir, así sea mínimo, un cambio en el modelo económico capitalista que se ha profundizado de manera muy reciente (desde los gobiernos del presidente Álvaro Uribe, 2002 - 2010) o en el modelo democrático que, aunque imperfecto, ha sido uno de los más estables de América Latina. Cualquiera de estos dos resultados pondría en peligro los avances que se han alcanzado hasta el momento. Segundo, incluso si los acuerdos no contemplan ese tipo de cuestiones, el optimismo generado por un acuerdo de paz podría llevar a un impulso para que la izquierda radical llegara al poder. En este mismo momento, diferentes grupos y movimientos sociales con esta tendencia se están integrando y pensando en una estrategia electoral para las próximas elecciones. La implicación de esto se puede expresar con una imagen: Socialismo del Siglo XXI. Completamente indeseable...
Según lo anterior, ¿Colombia debería terminar con este proceso? Creo que la respuesta no es tan fácil como decir sí. De hecho, en caso de un acuerdo con la guerrilla, también aparecen oportunidades deseables desde un punto de vista liberal. Primero, otra forma de entender el último peligro que mencioné en el párrafo anterior es que la guerrilla aparezca, ahora sin armas, en la competencia electoral. En ese caso, la forma de derrotarla es con la fuerza de las ideas. No es difícil, como demuestra gran parte del mundo, derrotar de esta manera a las equivocadas ideas marxistas. ¿Y los ejemplos del Socialismo del Siglo XXI? No debe olvidarse que todos esos líderes llegaron al poder, no como resultado de un proceso de "normalización" nacional, sino en medio de crisis que fueron aprovechadas por extremistas para culpar a lo que siempre culpan: el capitalismo, los ricos y demás. Un acuerdo con las FARC, además, restaría la posibilidad de usar tales argumentos en el caso colombiano.
Segundo, en relación con esto último, un acuerdo de paz con la guerrilla eliminaría la excusa de las "causas objetivas" (pobreza, exclusión, desigualdad, persecución estatal) para potenciales grupos que quieran armarse y generar violencia. Como ya mencioné, la guerrilla, aunque criminal, ha logrado convertirse, aunque sean en las mentes de los ciudadanos y de la mal llamada comunidad internacional, en actores políticos. Un acuerdo con ellos, eliminaría esta posibilidad para el futuro.
Tercero, el Estado, al eliminarse una fuerte amenaza, podría dedicarse a otras que se han descuidado. Un proceso de paz con las FARC no es igual a la paz en Colombia. Faltan otras amenazas: las bandas criminales (BACRIM), el ELN (aunque ahora se está explorando la posibilidad de negociar con ellos también), el crimen organizado, etc. En Colombia existen muchas amenazas a la seguridad y eliminar una le permitiría al Estado concentrarse en las demás que, adicionalmente, se han mostrado menos poderosas para enfrentarse de manera directa en términos militares.
Cuarto, el centro del debate público dejaría de ser el conflicto. Sí, existen muchas amenazas a la seguridad, pero en Colombia conflicto ha sido igual a hablar de las FARC desde hace muchos años. Si este tema desaparece de las preocupaciones de los colombianos, tendrán que debatirse otros temas que, estos sí, tienen que ver con el desarrollo, como el de las intervenciones del Estado en la economía, la existencia de subsidios a diferentes sectores, el gasto público, entre otros. En el plano individual, los empresarios podrían, por ejemplo, hacer sus planes de negocios con consideraciones meramente de su sector y no incluyendo, siempre, el factor de riesgo por la existencia de la guerrilla de las FARC. Los ciudadanos podrían normalizar, en parte, su cotidianidad y sus decisiones de desplazamiento al interior de Colombia, por ejemplo. El proceso de paz podría abrir la puerta para la consolidación de un Estado liberal en Colombia, limitado, con funciones enumeradas, que no tenga la excusa del conflicto y de las amenazas a la seguridad para intervenir en la vida privada de las personas ni para crear más y más burocracia, ni para intervenir en el economía. En esencia, nos daría la oportunidad de convertirnos en una sociedad más liberal, en espíritu, si se quiere, donde los temas se resuelven a partir de las discusiones políticas y de la fuerza de las ideas y no de las de las armas.
¿Y si no se llega a un acuerdo? Se retoma el camino previo. En esta ocasión, la guerrilla no ha tenido la oportunidad de fortalecerse militarmente (porque las acciones contra ella continúan) ni se les ha dado territorio (como en el Caguán de Pastrana). Tal vez lo único es que han tenido visibilidad internacional. Pero, seamos honestos, siempre la han tenido. Los europeos, en su desconocimiento, han considerado a la guerrilla como el Robin Hood latinoamericano. Países como Cuba o Venezuela, en donde más atención han recibido, la tenían desde mucho antes y seguirán teniéndola: estos países aprovechan oportunidades como estas para mostrarse como amantes de la paz, mientras distraen la atención de los abusos que cometen al interior y de los fracasos que han generado.
Lo anterior no es una posición ingenua, ni pretende mostrar el proceso de paz como la mejor alternativa. Tampoco pretende afirmar que éste se deba apoyar sin prevenciones, desconfianza o criticando sus aspectos más preocupantes. Menos se trata de mostrar que, después, cualquiera sea su resultado, Colombia será una sociedad realmente liberal o un país desarrollado. Más bien, se trata de aportar algunos elementos que no han sido tenidos en cuenta y que abren la posibilidad de nuevos debates sobre un tema tan complejo, pero por el cual la sociedad colombiana ha vivido tanto dolor y ha creado tantas ideas equivocadas que han impedido concentrarse en lo realmente importante. El proceso de paz es una respuesta imperfecta, llena de peligros para una sociedad con las mismas características. Tener más elementos de juicio solo puede servir para mejorar los resultados. Ahí está el desafío.