Panamá, economía sólida sin Banco Central
Ahora que el mundo vuelve a sufrir trastornos inflacionarios, en especial por los precios de la energía y materias primas, a consecuencia de las políticas monetarias de la Reserva Federal de Estados Unidos y de los otros bancos centrales del resto del mundo, parece que es el momento de revisar si es beneficioso o no contar con bancos centrales que actúan irresponsablemente e inflan la masa monetaria.
Manejar una economía sin un banco central no es un concepto utópico. La República de Panamá nunca ha tenido banca central; esto nos ha permitido disfrutar de una de las macroeconomías más estables y sólidas del mundo. Desde 1970, Panamá ha ocupado el primer o segundo lugar del mundo en el índice del Instituto Fraser, en la categoría Fortaleza Monetaria.
Panamá, a diferencia de Estados Unidos, tiene que generar divisas para poder obtener sus dólares. Su inflación promedio en los últimos 20 años ha sido del 1%, manteniéndose consistentemente 1 o 2 puntos porcentuales por debajo de la inflación en Estados Unidos. Algunos dirán que esto lo lograrán también los países que recientemente han dolarizado sus economías; sin embargo, la pregunta que surge es ¿por qué esos países aún mantienen tasas de inflación más altas que Estados Unidos?
Cabe destacar que el caso de Panamá es distinto; nuestra economía no está oficialmente "dolarizada"; nuestra constitución desde 1904 estipula: "No habrá en la República papel moneda de curso forzoso". En otras palabras, en Panamá cualquier moneda que se utilice, el dólar por ejemplo, es totalmente determinada por el mercado.
Al no haber banco central, no hay “prestamista de última instancia” y no hay seguro de depósitos; por consiguiente, los bancos están obligados a actuar responsablemente para mantenerse a flote. La ausencia de una banca central hace que no se manipulen ni se influya sobre las tasas de interés.
Panamá no impone controles de capital y la entrada o salida de capitales no ocasionan los enormes males, desequilibrios, ni inflación que generan en otros países de la región. Esto se debe a que Panamá desde 1971 decretó la apertura del sector bancario, llegando a tener más de 100 bancos internacionales, lo cual permite la integración financiera internacional y el manejo privado de la masa monetaria. La implantación de este segundo paso es crucial para que funcione exitosamente la dolarización en Ecuador y El Salvador.
Gracias a este sistema, una política fiscal “keynesiana” tampoco funcionaría. En el pasado, cuando el gobierno ha intentado influir en la masa monetaria, inyectando dinero fresco del exterior a través de deuda, buscando así promover una recuperación, la banca ha respondido sacando parte del exceso de circulante a ultramar.
La macroeconomía panameña es la única en Latinoamérica que no ha sufrido colapsos financieros y que no ha recibido el contagio de los excesos financieros de sus vecinos: ni del “tequilazo”, ni de la “zamba”, ni del efecto “tango”.
Debido a la competencia bancaria, y sin un banco central que facilita la cartelización, los bancos no pueden inflar de manera sincronizada, ni tampoco pueden confabular sus tasas de interés, “guiados” por el banco central. La banca se encarga de limpiar los excesos, producto de las expansiones, contrayendo el crédito, ocasionando así la necesaria recesión en el momento preciso. Los bancos centrales hacen lo contrario, tratan de inflar la masa monetaria en los momentos de recesión, lo cual obstaculiza la limpieza de las malas inversiones, empeorando la recesión.
Gracias a estos arreglos, las recesiones panameñas con frecuencia han ocasionado deflación, aliviando así a los consumidores y a las empresas cuando más lo necesitan. Esta deflación (inflación negativa) ocurrió en 1986, 1989 y en 2003.
Los países que siguen apegados a papel moneda sin respaldo y a mantener bancos centrales debieran mirar más de cerca el experimento monetario panameño, que por más de 100 años ha producido bajísima inflación y una macroeconomía extremadamente estable. Evidentemente que la ausencia de un banco central ha funcionado excelentemente en Panamá. ¿Quién puede decir que no funcionaría igual de bien en el resto de América Latina?
Artículo de la Agencia Interamericana de Prensa Económica (AIPE)
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