Aplicaciones de la curva de Laffer

Por Tibor R. Machan

Arthur Laffer, conocido como economista de la oferta, se hizo famoso con su recomendación de bajar los impuestos para aumentar la cantidad recaudada por el fisco.

La curva de Laffer, que supuestamente dibujó originalmente en una servilleta de papel, mientras explicaba el concepto a colegas en un bar, tiene forma de campana y demuestra el punto máximo que la gente está dispuesta a aguantar imposiciones de terceros, tales como impuestos. Ese tope no es igual para todo el mundo, pero todo el mundo tiene su propio tope.

La curva de Laffer tiene que ver principalmente con impuestos, la forma de extorsión utilizada por los gobiernos para financiar sus operaciones. Eso recuerda la forma de operar de las mafias porque el gobierno amenaza con altas multas y cárcel a quienes quiere sacarle dinero. Pero como, al contrario de las mafias, generalmente nos podemos quitar de encima al gobierno en las próximas elecciones, la severidad de la extorsión gubernamental es frenada por la posibilidad de una resistencia electoral. No es un cálculo fácil y a menudo se equivocan, pero –al igual que las mafias- los gobiernos ofrecen algunos beneficios compensatorios a sus víctimas.

La curva de Laffer tiene otras aplicaciones además de los impuestos. Cualquier tipo de intromisión gubernamental está sujeta a su agudo discernimiento. Por ejemplo, regulaciones no exageradas serán siempre más fáciles de cumplir que de oponerse a ellas. Es más, el estatismo que sufre la mayoría de las sociedades es a menudo aguantado y no combatido, entre otras razones porque muchos le encuentran la vuelta, utilizando su inteligencia, contratando expertos en las leyes o comprando funcionarios.

Entonces vemos que la curva de Laffer es útil para entender por qué no hay suficiente resistencia al estatismo o por qué sólo una pequeña proporción de la población se molesta en orquestar una resistencia que es costosa en relación a su posibilidad de éxito. En las naciones subdesarrolladas, la situación es diferente, lo cual explica la frecuencia de revueltas y revoluciones contra los mandatarios. En esos países, a lo contrario del caso de los países ricos, el grueso de la población tiene poco o nada que perder.

El pequeño porcentaje de ciudadanos que insisten en rechazar alguna imposición gubernamental en los países desarrollados no logra, generalmente, cambiar el régimen, pero mantiene viva la protesta.

La mayoría de la gente está dispuesta a aguantar cierta cantidad de intrusión y molestias de parte de burócratas y vecinos. Robos menores no suelen ser reportados a las autoridades. Pero no es normal acostumbrarse a los atropellos.

Se hace evidente que el estatismo, aun en pequeñas dosis, tiene malas consecuencias y que la vida es mejor y más agradable cuando se goza de gran libertad individual. Parece que el tope de la curva Laffer lo alcanza la gente cada día más fácilmente y por eso hay esperanzas de que disminuya el estatismo en nuestro mundo.

Artículo de la Agencia Interamericana de Prensa Económica (AIPE)
© Todos los derechos reservados. Para mayor información dirigirse a: AIPEnet