El FMI como corte de bancarrota

Por Ian Vásquez

Luego de que el Fondo Monetario Internacional haya aprobado más de $300.000 millones en rescates financieros desde la crisis del peso mexicano en 1995, se ha vuelto dolorosamente obvio de que el mundo necesita una nueva manera de manejar las crisis de deuda. El FMI ha estado en el centro de un sistema generador de crisis en el cual los inversionistas y los gobiernos de los países emergentes se han visto envueltos en comportamientos poco prudentes bajo la expectativa de que serán "rescatados" en caso de que algo salga mal.

La cabeza del FMI, Horst Kohler, identifica dicho riesgo moral como una de las razones para reducir la dependencia en los rescates financieros. La inhabilidad de la ayuda masiva del FMI para prevenir el colapso de, entre otras, la economía argentina, provee mayor impulso para la reforma. No obstante, si los inversionistas no van a ser rescatados automáticamente en tiempos de agitación financiera, ¿cómo resolverán éstos las disputas con naciones soberanas de una manera ordenada?

La respuesta del FMI es la de crear procedimientos de bancarrota en el ámbito internacional que sean similares a los que existen a escala doméstica. El Fondo está proponiendo el transformarse en un tipo de corte de bancarrota para los países, un cambio fundamental en su misión.

Sin embargo, la propuesta de bancarrota hecha por el Fondo está cargada de problemas. Los cambios solicitados requieren que los estatutos del FMI sean enmendados, un procedimiento que tomaría años en ser completado si así lo aceptaran sus miembros. El Fondo desempeñaría un rol central en determinar cuáles países calificarían por incumplimiento de pago y por qué, incluyendo países que mantienen deudas con el FMI.

El financiamiento del FMI todavía sería usado durante las negociaciones de deuda. En la práctica, esto estimularía a los acreedores a prolongar el proceso de negociación en un esfuerzo por extraer más recursos del FMI; los deudores también podrían usar el dinero del Fondo para jugar con el sistema y retrasar las reformas necesitadas. El poner al FMI en el centro de las negociaciones de deuda resultaría muy probablemente en el incremento de la incertidumbre, la volatilidad financiera y mayores costos de préstamo para todos los mercados emergentes, sin importar que algunos países merezcan dicho resultado o no.

Mejores enfoques envuelven negociaciones directas entre acreedores y deudores sin las torpes intervenciones del FMI. Por ejemplo, John Taylor, el subsecretario del Tesoro para Asuntos Internacionales de Estados Unidos, ha propuesto que los acreedores empiecen a contar con cláusulas que le permitan a la mayoría de los éstos el negociar en nombre de todos los prestamistas en el caso de una mora en el pago, eliminando así la necesidad del consenso unánime entre miles de acreedores.

Los economistas Adam Lerrick y Allan Meltzer de la Carnegie Mellon University señalan que todas las protecciones ofrecidas por una corte de bancarrota formal pueden ser incorporadas en nuevos asuntos de deuda. Lerrick y Meltzer también demuestran cómo actualmente ya existen mecanismos de mercado para renegociar deudas pendientes en un corto período de tiempo sin la ayuda del FMI. Herramientas bien establecidas de los mercados de capitales pueden ser usadas para convertir voluntariamente deuda vieja en deuda nueva que incorpora cláusulas de acción mayoritaria y para cambiar los términos de la deuda antigua. Dichas herramientas, y la experiencia de Argentina con un comité bien organizado de acreedores conformado antes de que el país declarara el incumplimiento de pagos, minan el argumento de que la coordinación entre los acreedores sería demasiado difícil de lograr en la ausencia de un procedimiento de bancarrota respaldado por el FMI.

Una de las razones de permitirle a los acreedores y los prestatarios el entablar renegociaciones directas de deuda es el de incrementar la responsabilidad de ambas partes. Los prestamistas tendrían que asumir pérdidas por pobres decisiones de inversión y los deudores se verían forzados a hacer progresos con el fin de tener acceso a nuevos dineros. Ese nivel de responsabilidad también debería incluir al FMI. No obstante, mientras el Fondo incita al sector privado a adoptar pérdidas como parte de su esquema soberano de bancarrota, éste se exime de dichos resultados. Según el punto de vista del Fondo, los países siempre deberían pagarle a la agencia en su totalidad, sin importar que tan pobres fueron sus préstamos previos.

La idea inquietante de una corte de bancarrota juzgando casos en donde tiene su propio dinero en juego, y manteniéndose en un estándar diferente a los del resto, está siendo puesta a prueba en Argentina hoy en día. El arruinado Buenos Aires debe $10.700 millones al FMI, los cuales vencen éste y el próximo año. El país afirma que no le pagará al FMI al menos que reciba de éste un nuevo paquete, el cual el Fondo meritoriamente señala que Argentina no merece. Sin embargo es bien conocida la tendencia del FMI de utilizar nuevos préstamos para pagar préstamos viejos. Si el Fondo le presta a Argentina por interés propio, distorsionará cualquier arreglo de deuda y minará su propia integridad. Si el Fondo no presta, fomentará una mayor responsabilidad en todas las partes, y probará su propia irrelevancia en resolver los problemas de deuda.

Traducido por Juan Carlos Hidalgo para Cato Institute.