El error keynesiano de Barack Obama
Ike Brannon y Chris Edwards dicen que "décadas de investigaciones macroeconómicas" sugieren que no funcionará el recientemente aprobado plan de estímulo.
Por Ike Brannon y Chris Edwards
Chris Edwards es Director de Estudios de Política Fiscal de Cato Institute.
Políticos y burócratas están avanzando con un gigantesco plan de estímulo de $800.000 millones para supuestamente devolverle el crecimiento a la economía estadounidense. ¿Funcionará? Décadas de investigaciones macroeconómicas sugieren que no. De hecho, el renacimiento del keynesianismo para combatir la recesión parece derivarse más de la conveniencia política que de la teoría económica moderna o de la experiencia histórica.
La idea de utilizar la política fiscal para estimular la economía durante una recesión era promovida por John Maynard Keynes durante los años treinta. Keynes argumentaba que las economías de mercado pueden verse estancadas en un hueco muy profundo y que solamente grandes infusiones de estímulos gubernamentales pueden reanudar el crecimiento. Él propuso la tesis de que el alto desempleo en la Gran Depresión se debía a los “salarios estáticos” y a otros problemas de mercado que prevenían el retorno al equilibrio de pleno empleo. Es interesante que Keynes no ofreció evidencia alguna para demostrar que los salarios estáticos eran un serio problema, e investigaciones posteriores indicaron que los salarios de hecho cayeron substancialmente durante la década de los treinta. De hecho, uno necesita analizar a una serie de intervenciones gubernamentales para explicar por qué la recesión duró tanto.
A pesar de los defectos en el análisis de Keynes, su prescripción de un estímulo fiscal para aumentar la demanda agregada durante una recesión fue ampliamente aceptada. Los gobiernos llegaron a creer que al manipular el gasto o los recortes de impuestos temporales ellos podían administrar científicamente la economía y suavizar los ciclos económicos. Muchos economistas pensaron que había una relación inversa entre la inflación y el desempleo que podía ser explotada por políticos hábiles. Si el desempleo estaba subiendo, el Estado podía estimular la demanda agregada para reducirlo, pero con el efecto secundario de una inflación algo más alta.
Los Keynesianos pensaron que el estímulo fiscal funcionaría al contrarrestar el problema de los salarios estáticos. Los trabajadores serían engañados al aceptar los salarios reales más bajos mientras que los niveles de precios subían. Los salarios nominales al alza fomentarían más esfuerzos laborales y más contratación por parte de las empresas. Sin embargo, análisis posteriores revelaron que el Estado no puede engañar continuamente a los mercados privados, porque las personas prevén y son generalmente racionales. El error de Keynes fue ignorar el comportamiento microeconómico real de los individuos y las empresas.
El dominio del keynesianismo se acabó en los setenta. El gasto público y los déficit se dispararon, pero el resultado fue una inflación más alta y el desempleo no se redujo. Estos eventos, y el auge del monetarismo liderado por Milton Friedman, acabaron con la creencia de que había una relación inversa entre el desempleo y la inflación. El keynesianismo estaba errado y su prescripción de una intervención fiscal activa estaba mal concebida. De hecho, las investigaciones de Friedman demostraron que la Gran Depresión fue causada por un fracaso de la política monetaria del Estado, no por un fracaso de los mercados privados como Keynes lo había dicho.
Aún si un estímulo del Estado fuese una buena idea, los políticos probablemente no lo implementarían de la manera que la teoría keynesiana lo sugería. Para componer una recesión, los políticos necesitarían reconocer el problema temprano y luego implementar una estrategia contra-cíclica rápida y eficiente. Pero la historia estadounidense revela que las acciones de estímulo del pasado han sido demasiado inoportunas o inadecuadas para en realidad haber ayudado. Además, muchos políticos son conducidos por motivos que están en conflicto con la presunción keynesiana de que ellos buscarán diligentemente servir el interés público.
El fin del keynesianismo en los setentas creó un vació en la macroeconomía que fue llenado por la teoría de “expectativas racionales” desarrollada por John Muth, Robert Lucas, Thomas Sargent, Robert Barro y otros. Para la década de los ochentas el keynesianismo a la antigua estaba muerto, al menos entre los nuevos líderes de la macroeconomía.
Los teóricos de las expectativas racionales sostenían que las personas toman decisiones económicas razonadas basándose en sus expectativas del futuro. No pueden ser engañados sistemáticamente por el Estado e inducidos a tomar acciones que los dejarán en una peor situación. Por ejemplo, las personas saben que un estímulo al estilo keynesiano podría derivar en una inflación más alta, entonces ajustarán su comportamiento, lo cual tiene el efecto de nulificar el plan de estímulo. Un gasto de estímulo endeudará más al Estado, pero no aumentará la producción real o el ingreso sostenido en el tiempo.
Es difícil encontrar un libro de texto de macroeconomía estos días que considere a un estímulo keynesiano como una herramienta de política pública sin serios errores, razón por la cual la actual propuesta de $800.000 millones ha tomado por sorpresa a muchos macroeconomistas. John Cochrane de la Universidad de Chicago recientemente indicó que la idea de un estímulo fiscal es “enseñada solamente para mostrar sus falacias” en los cursos universitarios. Thomas Sargent de New York University indicó que “las calculaciones que yo he visto respaldando al paquete de estímulo son hechas a la ligera e ignoran lo que hemos aprendido en los últimos 60 años de investigaciones macroeconómicas”.
Es cierto que la teoría keynesiana ha sido actualizada en recientes décadas, y que ahora incorpora ideas de nuevas escuelas de pensamiento. Pero la aseveración de la administración de Obama de que su paquete de estímulo creará hasta cuatro millones de trabajos es asombrosa. Muchos macroeconomistas de primera línea son críticos del plan, incluyendo a Greg Mankiw de Harvard y John Taylor de Stanford, quienes han sido los líderes en actualizar el modelo keynesiano. Taylor señaló que “la teoría de que un estímulo de gasto gubernamental a corto plazo reactivará la economía está basada en teorías keynesianas anticuadas y estatistas”.
Un resultado de la revolución de las expectativas racionales ha sido que muchos economistas han cambiado su enfoque de estudiar cómo manipular los ciclos económicos de corto plazo a investigar las causa del crecimiento a largo plazo. Es en el largo plazo que los economistas pueden proveer el consejo más útil sobre cuestiones tales como reforma tributaria, regulación y comercio.
Mientras que muchos economistas han volcado su atención al crecimiento a largo plazo, los políticos desafortunadamente tienen horizontes de tiempo de más corto plazo. Suelen combinar poco conocimiento de economía con un gran apetito de proveer arreglos rápidos a las crisis y recesiones. Su demanda de soluciones muchas veces es igualada por la oferta de propuestas dudosas por parte de economistas demasiado ansiosos. Muchos economistas respetados presionaron por la aprobación del paquete de estímulo de $170.000 millones a principios de 2008, pero éste resultó ser un fracaso. La lección es que los políticos deberían ser más escépticos de economistas que dicen saber cómo resolver recesiones con esquemas grandiosos. Los economistas saben mucho más acerca de los factores que generan el crecimiento a largo plazo, y eso debería ser el enfoque primordial de los esfuerzos para reformar del gobierno.
El actual plan de estímulo impondría una pesada deuda a los estadounidenses jóvenes, pero haría poco, si no es que nada, para ayudar a que la economía crezca. De hecho, podría tener efectos similares a aquellos de los programas del Nuevo Trato (New Deal), de los cuales Milton Friedman concluyó “obstaculizaron la recuperación de la contracción, prolongaron y añadieron al desempleo y fijaron las bases para un Estado cada vez más entrometido y costoso”. Un precedente será creado con este plan, y los políticos necesitan decidir si quieren continuar hipotecando el futuro o permitir que la economía se ajuste y retorne al crecimiento por sí sola, como siempre lo ha hecho en el pasado.
Desafortunadamente, el Presidente Obama no ha propuesto reforma fiscal de largo plazo alguna, y como su predecesor parece tener una visión keynesiana de corto plazo. Los recortes de impuestos de 2001 y 2003 fueron generalmente vendidos como medidas de estímulo temporales y el presidente Bush aprobó de los créditos tributarios de 2008 calificándolos de una “inyección de estímulo” para la economía. No queda claro si las creencias keynesianas o los factores políticos conducen al plan de estímulo de $800.000 millones. Pero como Robert Barro de Harvard indicó en su desapruebo del plan de estímulo, solo porque la economía está en crisis, no “invalida todo lo que hemos aprendido acerca de la macroeconomía desde 1936”.