De la deflación a la recuperación

Juan Ramón Rallo asevera que "los intentos por evitar la deflación de activos de las autoridades monetarias (inyecciones de liquidez) como de las fiscales (aumento del gasto público para reflotar a las industrias con pérdidas) sólo retrasarán el ajuste y prolongarán la crisis".

Por Juan Ramón Rallo

Tradicionalmente, suele pensarse que existen dos mecanismos para ajustar los déficits exteriores. El primero es devaluando el tipo de cambio la de la moneda, el segundo mediante una deflación de precios en el interior. Si queremos vender más y comprar menos en el extranjero, podemos o quitarle valor a la moneda o abaratar los productos que vendemos. En ambos casos, se nos dice, nuestras exportaciones ganarán en competitividad y reduciremos nuestro déficit.

Sin embargo, ambos mecanismos distan mucho de ser automáticos y perfectos. Es cierto que la devaluación abarata las exportaciones de bienes finales, pero también encarece las importaciones de los factores productivos y de los bienes intermedios necesarios para producir los bienes finales exportables; dicho de otra manera, a menos que los exportadores locales incrementen el precio de sus mercancías (esterilizando la mejora competitiva de la devaluación) sus márgenes de beneficios se estrecharán y podrían terminar quebrados. Entre 2004 y 2007, por ejemplo, el dólar se depreció frente a casi todas las divisas (salvo un tímido repunte frente al yen) y, sin embargo, su déficit por cuenta corriente aumentó desde los 523.000 millones de dólares hasta los 731.000.

La deflación interna, por su parte, también tiene importantes problemas. Si la estructura productiva de un país está adaptada para fabricar bienes que se venden en el extranjero a una décima parte de nuestros actuales precios internos, la magnitud de la deflación ha de ser tan intensa que probablemente ninguna ciudadanía estuviera dispuesta a soportarlo. Pensemos simplemente, que si los precios tienen que caer un 90%, los salarios tendrán que hacerlo en una proporción similar y en las socialdemocracias actuales, los sindicatos y la agitación obrera tienen mecanismos suficientes como para impedir, incluso, el más mínimo recorte (convenios colectivos o huelga). Algo similar le pasó a Inglaterra con la Gran Huelga General de 1926. Además, si los precios internos caen y los de los factores productivos importados no, las empresas también estarán condenadas a quebrar.

España, en la actualidad, se enfrenta a un dilema parecido. Con uno de los déficits exteriores más importantes del mundo (alrededor del 10% del PIB), parece claro que los torrentes de crédito exterior que permitían financiar su boom económico (centrado en la construcción) se han terminado con la actual crisis. Probablemente nunca más vuelvan, así que España tiene que buscar una manera de acabar con su déficit exterior y convertirlo en superávit (para amortizar la deuda externa acumulada) si no quiere sufrir una importante pérdida en su calidad de vida (renunciar a buena parte de su consumo y de sus activos patrimoniales para saldar la deuda) o de su credibilidad financiera futura (suspensión de pagos).

La depreciación no parece un mecanismo a su alcance, ya que está integrada en la zona del euro y, por tanto, los movimientos de esta divisa no parece que vayan a adaptarse a sus necesidades. Así pues, ¿podemos recurrir a la deflación? Muchos piensan que no; la magnitud de la caída de precios y salarios necesaria para competir con China y otros emergentes sería inasequible para España. Sin embargo, lo que estos analistas olvidan es que la caída de precios que necesitamos debe producirse (y se está produciendo) sobre todo en los bienes de capital (como la vivienda, los bienes de equipo o las acciones) y no tanto en los bienes finales de consumo.

Si los bienes de capital caen de precio, los empresarios podrán utilizarlos de manera rentable en nuevos proyectos empresariales para producir nuevos bienes finales exportables que puedan competir ya no tanto vía precio sino vía calidad con los de los productores extranjeros. Lo importante no es tanto liquidar los stocks de mercancías actuales a precios bajos, cuanto reestructurar la economía para tener capacidad para fabricar nuevos bienes exportables competitivos. Y para ello los precios de los bienes de capital (tanto internos como externos) tienen que seguir ajustándose.

Dicho de otra manera, los intentos por evitar la deflación de activos de las autoridades monetarias (inyecciones de liquidez) como de las fiscales (aumento del gasto público para reflotar a las industrias con pérdidas) sólo retrasarán el ajuste y prolongarán la crisis.