Algunas lecciones de la Gran Depresión
Lorenzo Bernaldo de Quirós dice que de la Gran Depresión se pueden derivar algunas lecciones de qué no hacer frente a una recesión. Bernaldo de Quirós asevera que "la Gran Depresión se inició en 1929 y duró once años a causa del activismo gubernamental".
Por Lorenzo Bernaldo de Quirós
La actuación de los gobiernos de los países de la OCDE parecía haber parado la ola de pánico que se había apoderado de los mercados. En EE.UU. y en Europa, las bolsas habían reaccionado con entusiasmo ante la decisión de los estados de intervenir hasta donde sea necesario para impedir el colapso del sistema de pagos. Por un momento, ese movimiento ha logrado frenar el desarrollo de los denominados efectos de segunda ronda de una depresión, el desplome de la oferta monetaria, y la entrada de la economía en una dinámica deflacionaria. Sin embargo, esa situación fue transitoria. Las fuerzas que impulsan la recesión siguen en marcha. Los excesos de gasto y de inversión financiados con deuda durante la fase expansiva del ciclo son insostenibles, han de ser eliminados y este proceso de ajuste conducirá de manera inexorable a un escenario recesivo cuyos efectos (bancarrotas empresariales, aumento de la morosidad etc.) crearán tensiones adicionales sobre el sistema financiero. En este contexto se corre el riesgo de que, como diría Madison, los gobiernos recurran “al viejo truco de utilizar cualquier contingencia para extender su poder”.
Desde esta perspectiva es tan importante saber que hay que hacer como lo que no hay que hacer. Así, una cosa es intervenir para evitar el hundimiento del mecanismo de pagos de la economía y otra muy distinta es caer en la tentación de pretender combatir la recesión en curso con programas monetarios y fiscales expansivos, con barreras proteccionistas y con aumentos de la regulación. En el mejor de los casos, la adopción de ese tipo de iniciativas sólo serviría para retrasar el ajuste y, en consecuencia, la recuperación; en el peor, para embalsar los desequilibrios y para crear un círculo vicioso de recuperaciones cortas y artificiales dentro de un largo ciclo depresivo. La idea según la cual medidas eficaces para afrontar momentos excepcionales son aplicables a cualquier escenario es un dislate. Así sucedió, por ejemplo, cuando después de la Segunda Guerra Mundial, muchos gobiernos occidentales creyeron que los métodos dirigistas empleados en la contienda y útiles para obtener la victoria servían para gestionar con éxito la economía de la postguerra; Gran Bretaña es un caso paradigmático de ese error.
Traer a colación este tema es útil porque es posible extraer de él importantes lecciones para la coyuntura actual. Cuando se establecen paralelismos entre la presente crisis y la Gran Depresión, se afirma con una falta de rigor absoluto que fueron las estrategias macroeconómicas expansivas y la intervención estatal en los mercados lanzadas por el New Deal, las causas determinantes de la salida de la misma. Esta tesis se ha convertido en una “verdad popular” aunque carece de todo fundamento. Las Administración republicana de Hoover y la demócrata de Roosvelt se embarcaron en un masivo programa de gasto público, de expansión de la liquidez, de proteccionismo y de regulación de los mercados. La idea de un gobierno republicano paladín del laissez faire-laissez passer ante la depresión es falsa. La única diferencia entre el dirigismo de Hoover y el de Roosvelt no es de naturaleza sino de grado. Ambos fracasaron. La gran contracción del PIB se produjo en el bienio 1932-1933 y la actividad no se reanimó hasta la entrada del país en la Segunda Guerra Mundial. En el período 1929-1941, la tasa de paro nunca se situó por debajo del 15 por 100, claro símbolo del estado de la economía durante esa etapa (ver Friedman M. Schwartz A.J., A Monetary History of United States, Princeton University Press, 1963).
La hipótesis conforme a la cual el intervencionismo monetario, presupuestario y regulatorio alargó la Depresión se ve respaldada por el comportamiento de la economía estadounidense en los anteriores períodos depresivos. A ninguno de ellos respondió el Estado con políticas activistas. Se limitó a dejar funcionar a las fuerzas del mercado. Por regla general, las recesiones fueron breves. La dinámica de ajuste respondía a un patrón similar. Los precios y el crédito se contraían con rapidez, las malas inversiones eran liquidadas, el desempleo aumentaba temporalmente, los salarios se ajustaban a la baja y la actividad comenzaba a reactivarse. Este fue la experiencia de las recesiones de 1819-1821, 1899-1900, 1907-1908, 1910-1912 y 1920-1921. Por el contrario, la Gran Depresión se inició en 1929 y duró once años a causa del activismo gubernamental. Este no se limitó, como hubiese sido lo correcto, a impedir la deflación monetaria. Se embarcó en un gigantesco plan estatista de reactivación de la economía que sólo sirvió para convertir una recesión en una larga y profunda depresión (ver Rothbard M.N., America's Great Depression, Mises Institute, 1963).
¿Qué política hay que adoptar ante estas crisis? La única y fundamental acción “positiva” del gobierno es desplegar todos los medios necesarios para evitar la quiebra del mecanismo de pagos. Por lo demás, la agenda anti-crisis ha de traducirse en una disminución del papel del Estado en la economía. Por un lado hay que recortar el gasto para reducir las necesidades financieras del sector público y liberar recursos para el privado; por otro bajar los impuestos sobre la renta y sobre las sociedades para paliar el impacto de la crisis sobre las familias y sobre las empresas así como para crear los incentivos para una rápida recuperación del ahorro y de la inversión. Al mismo tiempo, es imprescindible liberalizar los mercados, en especial el laboral, dotarlos de la flexibilidad necesaria para que la economía se adapte rapidez al entorno recesivo con los menores costes sociales y económicos posibles y salga de él con rapidez. Por desgracia, ese no es el camino elegido por el gabinete socialista de España, lo que hace difícil ver la luz al final del túnel.