Impostado

Por Alberto Benegas Lynch (h)

Lo extraordinario del ser humano es que cada uno es único e irrepetible en el cosmos aún teniendo en cuenta los pastosos experimentos con la clonación ya que el aspecto central del hombre no son sus kilos de protoplasma sino su psique que no es susceptible de clonarse puesto que excede lo puramente físico.

Como hemos dicho antes, si esto último no fuera así, si estuviéramos determinados por los nexos causales inherentes a la materia, no habría tal cosa como proposiciones verdaderas y falsas, ideas autogeneradas, ni la posibilidad de revisar los propios juicios y el mismo debate sobre el determinismo carecería por completo de sentido puesto que la argumentación presupone el libre albedrío.

Entonces, aquellas condiciones únicas, aquellos talentos, vocaciones y potencialidades que son característica exclusiva de cada uno, deben desarrollarse para ser esa persona especial que cada uno es. En la medida en que el hombre renuncia al cultivo de sus condiciones particulares en dirección a la excelencia para asimilarse a lo que piensan, dicen y hacen otros, está, de hecho abdicando de su condición natural para convertirse en una impostura humana. El hombre masificado es, en definitiva, un aglomerado sin perfil propio, es un conjunto amorfo e indistinguible del grupo.

No puede escribirse sobre este tema sin recordar a Ortega, a Gustave LeBon y, antes que ellos, a los horrores de la masificación señalados por Jerome K. Jerome (The New Utopia de 1891), Yevzeny Zamyatin (We de 1921). También cabe recordar las obras de Orwell, Alduous Huxley, David Reisman (The Lonely Crowd), C.S. Lewis (The Abolition of Man) y, mas contemporáneamente, el trabajo de Taylor Caldwell (The Devil´s Advocate). Todos ellos desde ángulos distintos y explorando diversas avenidas, ponen de manifiesto preocupaciones múltiples de lo que ocurre cuando el hombre se deja deglutir por lo colectivo.

Esta renuncia a ser propiamente humano, esta falsificación de nuestra naturaleza, esta grosera adulteración de la única especie conocida que posee el atributo de ser libre, conduce por lo menos a tres efectos que colocan al hombre en el subsuelo mas sórdido y lastimoso que pueda concebirse. En primer lugar, se pierde a si mismo y, por ende, no saca partida de sus potencialidades en busca del bien y, de este modo, amputa sus posibilidades de crecimiento y realización personal. En segundo término, priva a sus semejantes de disfrutar de aportes y contribuciones que reducen el espacio para la cooperación social recíproca. Y, por último, al fundirse en el conjunto, estos sujetos se embarcan en andariveles que conducen a la búsqueda del común denominador: a lo mas bajo y embrutecedor, a las frases hechas, al acecho de enemigos, a la envidia y el resentimiento para con lo mejor, a la ausencia de razonamientos, a los cánticos agresivos, en suma, a la barbarie que siempre capitalizan los megalómanos sedientos de poder, todo lo cual, de más está decir, constituye un peligro manifiesto para la privacidad de quienes conservan un sentido de autorespeto y dignidad.

En La psicología de las multitudes, LeBon escribe que “en las muchedumbres lo que se acumula no es el talento sino la estupidez” y que el contagio masivo en la multitud hace que “el sentimiento de la responsabilidad que siempre retiene al hombre, desaparece enteramente”. Cuando lo mencionamos a Ortega en esta nota, naturalmente teníamos en mente La rebelión de las masas, pero, a nuestro juicio, los mejores escritos de este filósofo se encuentran recopilados en El hombre y la gente. Allí dice que “Cuando los hombres no tienen nada claro que decir sobre una cosa, en vez de callarse suelen hacer lo contrario: dicen en superlativo, esto es gritan [...] ¿quién es la gente? ¡Ah! la gente es...todos. Pero ¿quién es todos? ¡Ah! nadie determinado. La gente es nadie [...] Hoy se diviniza lo colectivo. Desde hace ciento cincuenta años se han cometido no pocas ligerezas en trono a esta cuestión; se juega frívolamente, confusamente, con las ideas de lo colectivo, lo social, el espíritu nacional, la clase , la raza. Pero en el juego las cañas se han ido volviendo lanzas. Tal vez, la mayor porción de las angustias que hoy pasa la humanidad provienen de él [...] la sociedad, tiende cada vez más a aplastar al individuo, y el día que pase esto habrá matado la gallina de los huevos de oro”.

Desde la más tierna infancia, muchas son las personas que reciben un insistente adoctrinamiento para huir de la idea de ser distinto y se inculca hasta el tuétano la necesidad de parecerse al otro. Se crea así un complejo que aleja las posibilidades de sobresalir y se crea un acostumbramiento a mantenerse a toda costa en la media. Jacques Rueff apuntaba que resulta paradójico que en el mundo subatómico se necesita del microscopio para detectar diferencias mientras que en los hombres éstas se perciben a simple vista y, sin embargo, se los suele tratar como seres indiferenciados.

En gran medida nos encontramos con que hay la obsesión por aparecer “ajustado” a las conductas y pensamientos de los demás, por tanto, a convertirse en un hombre impostado que, a fuerza de imposturas, se transforma en los demás. Esa es a raíz de las crisis existenciales: la pérdida de identidad. Aquél es el nuevo latiguillo que se usa en muchos colegios cuando se les dice a los padres que “su hijo está desajustado”. John Dos Passos —uno de los novelistas estadounidenses mas destacados del siglo veinte— sugiere que se “consulte hoy a cualquier sociólogo sobre el significado de la felicidad en el contexto social y seguramente responderá que significa ser ajustado”. La felicidad ya no sería la plena realización y actualización de las propias potencialidades en busca del bien, sino la uniformidad con los otros y en dejarse arrastrar y devorar por el grupo en caída libre a un bulto inidentificable, antihumano y degradado. El hombre así se convierte en una caricatura grotesca, como decimos, en una lamentable impostura.

Wilhelm von Humbolt, a quien John Stuart Mill describe como un personaje “eminente” en su célebre On Liberty y Madame de Staël lo consideró “la más grande capacidad de Europa”, escribió en The Limits of State Action que “la razón no puede querer ninguna otra condición que aquella por la que el individuo disfruta de la más absoluta libertad para desarrollarse por sus propias energías para la perfección de su individualidad”. La mejor receta para lograr el propósito individual de progreso y renovada energía consiste en contar siempre con nuevos proyectos nobles y desafiantes en un clima de libertad, lo cual apunta Víktor Frankl en un pensamiento que resume magníficamente aquella fórmula: “never let the is catch up with the oughts”.

Este artículo fue publicado originalmente en el Diario de América (EE.UU.) el 19 de junio de 2008.