EE.UU.: ¿La esposa de Pinocho?

Por Carlos A. Ball

Hay muchas cosas que se pueden decir de Bill Clinton, pero es un personaje simpático y a su gobierno lo echa de menos un creciente número de norteamericanos, hartos de Bush y de la fracasada “construcción de la democracia en Irak”, la cual ya ha costado la vida de 4 mil soldados de Estados Unidos y más de 510 mil millones de dólares.

Todos recordamos la frase famosa del presidente Clinton: “Yo no tuve relaciones sexuales con esa mujer, la señorita Lewinsky”. Pero la frecuencia de exageraciones, medias verdades y obvias falsedades de su esposa, Hillary Clinton, durante la actual campaña presidencial, parece romper todos los récords históricos.

Recordemos algunas de esas mentiras y exageraciones que llaman la atención:

Dijo que se había opuesto, desde el principio, al Tratado de Libre Comercio con México.

Dijo que había sido una pieza vital en las negociaciones de paz en Irlanda del Norte.

Dijo que había comenzado a criticar la guerra en Irak antes de que lo hiciera su contrincante Barak Obama.

Al recién fallecido Sir Edmund Hillary le contó que su madre la había bautizado con el nombre de Hillary por él, el primero en alcanzar la cima del Everest, en 1953. El problema es que ella nació en 1947.

Recientemente dijo que había visitado a Bosnia en 1996, siendo primera dama, y aterrizó “bajo disparos de francotiradores. Supuestamente debía haber una ceremonia de bienvenida en el aeropuerto, pero en vez de eso tuvimos que correr con nuestras cabezas bajas hasta los vehículos que nos llevarían a la base”. Poco después de tales declaraciones, CBS proyectó un video de esa llegada a Bosnia que muestra a la Sra. Clinton y a su hija Chelsea siendo recibidas por una niñita con un ramo de flores, rodeada de gente sonriendo, no corriendo asustados por los disparos de guerrilleros.

Pero ya los políticos no debieran sorprendernos. Hemos leído últimamente columnas de Karl Rove en el Wall Street Journal denunciando el proteccionismo de candidatos y políticos demócratas; muy cierto. Pero no debemos olvidar que Rove, en el año 2000, cuando era asesor de la campaña presidencial de Bush y Cheney, insistía en prometer a los electores que el gobierno republicano protegería a la industria del acero. Así se hizo, con el resultado que los altos precios internos del acero causaron el desempleo de unas 200 mil personas, ya que muchas fábricas de Estados Unidos mudaron sus operaciones al exterior, mientras que la industria del acero de este país empleaba a 187 mil trabajadores.

Palabras similares a las de Rove se le oyen hoy a Obama, en contra del comercio con China, NAFTA, CAFTA y el tratado con Colombia. Así los políticos buscan apoyo de poderosos sindicatos, aunque sus propuestas vayan contra los verdaderos intereses de la mayoría y contra la especialización de la industria nacional en aquellos campos donde existen claras ventajas comparativas vis-a-vis el resto del mundo, sin necesidad de protección arancelaria ni de los subsidios de Washington que terminamos pagando todos con nuestros impuestos.

Artículo de la Agencia Interamericana de Prensa Económica (AIPE)
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