Un comercio más libre podría llenar el plato de arroz del mundo

Por Tyler Cowen

El aumento en los precios de los alimentos significa inestabilidad política y hambre para millones, como ya se ha visto en Haití, Egipto y Costa de Marfil. Es cierto, la energía más cara y el mal clima tienen algo de culpa, pero la verdadera interrogante es porqué el ajuste no ha sido más fácil.

El daño causado por las restricciones comerciales es probablemente más evidente en el caso del arroz. Aunque el arroz es el alimento principal para alrededor de la mitad del mundo, es altamente protegido y regulado. Solo entre 5 y 7 por ciento de la producción mundial del arroz es comercializada a través de las fronteras. Esto es inusualmente bajo para un producto agrícola.

Es así que cuando el precio sube—de hecho, los precios de muchas variedades de arroz se han duplicado desde el 2007—este mercado altamente segmentado significa que el comercio arrocero no fluye a los lugares donde más se demanda este producto.

Las malas cosechas de arroz no son el principal problema. La Organización de Alimentos y Agricultura de las Naciones Unidas estima que la producción mundial de arroz aumentó un 1 por ciento el año pasado y dice que se espera que aumente 1,8 por ciento este año. No es una tasa impresionante, pero tampoco debería causar hambrunas. La cifra más reveladora es que a lo largo del próximo año se espera que el comercio arrocero caiga más de un 3 por ciento, cuando más bien debería estar expandiéndose. Este declive se debe solamente a las recientes restricciones sobre las exportaciones de países productores de arroz como India, Indonesia, Vietnam, China, Cambodia y Egipto.

A primera vista, esto parece ser comprensible, porque puede que un país no desee enviar alimentos valiosos al extranjero en tiempos de necesidad. Sin embargo, los incentivos a largo plazo son contraproducentes. Las restricciones sobre las exportaciones les dicen a los agricultores que sus cosechas son menos lucrativas cuando son más necesitadas. Hay poco incentivo para sembrar, cosechar o almacenar suficiente arroz—o cualquier otro cultivo en su lugar—como un seguro para los malos tiempos.

La tendencia de distorsionar la oferta y la demanda también la vemos en las Filipinas, donde el gobierno está buscando y arrestando a los almacenadores de arroz, quienes, por supuesto, están simplemente almacenando el arroz por la posibilidad de que se avecinen tiempos aún más difíciles.

En los mercados de materias primas, es común que la alta demanda cause aumentos severos en los precios. Muchas veces es difícil equilibrar de manera expedita la nueva demanda con más oferta. La pregunta es si la oferta, y el comercio, pueden crecer para superar la rigidez del mercado.

Las restricciones al comercio del arroz podrían lograr que la escasez y los precios altos sean permanentes. Las restricciones sobre las exportaciones ven al comercio y a la producción del arroz como un juego de suma cero—o negativa—en el que la ganancia de un país se vuelve la pérdida del otro. Difícilmente esta sea la manera de avanzar en una economía mundial que crece rápidamente.

Esta falta de apoyo al comercio refleja una tendencia más amplia y preocupante. Un porcentaje creciente de la producción mundial, incluyendo la agrícola, viene de países pobres. En general esto es bueno para los países ricos, los cuales pueden concentrarse en crear otros bienes y servicios, y para los países pobres, los cuales están produciendo más riqueza. Pero podría reducir la velocidad de ajuste a las cambiantes condiciones globales.

Por ejemplo, si la demanda de arroz aumenta, los agricultores de Vietnam—quienes permanecen encadenados por las antiguas regulaciones del comunismo—no están siempre en capacidad de responder rápidamente. Ellos ni siquiera tienen la libertad completa para enviar y comerciar el arroz dentro de su propio país. Los países más pobres también tienden a ser más proteccionistas. Para empeorar las cosas, cerca de la mitad del comercio mundial de arroz es llevado a cabo por las politizadas juntas de comercialización estatales.

La realidad es que gran parte de la escasez actual de materias primas, incluyendo la del petróleo, ocurren porque la producción y el comercio se dan cada vez más en países relativamente ineficientes e inflexibles. Estamos acostumbrados a los tiempos de respuesta de Silicon Valley, pero cuando se trata de la producción de las materias primas, muchas de las instituciones relevantes en el extranjero solo tienen un pie en la era moderna. En otras palabras, las materias primas del mundo están muy lejos de estar globalizadas.

Muchos países pobres, incluso algunos de África, podrían estar produciendo mucho más arroz del que están produciendo ahora. Los grandes culpables son la corrupción dentro de la cadena de oferta del arroz, los sistemas de irrigación mal concebidos, las carreteras terribles o que no existen, derechos de propiedad inseguros, reformas tributarias mal concebidas, y los controles de precio sobre el arroz. La habilidad de un país de cultivar arroz depende no solo de su clima, sino también de sus instituciones. Burma, ahora Myanmar, fue alguna vez el principal exportador de arroz en el mundo, pero ahora es un desastre económico y muchos de sus habitantes se mueren de hambre.

Por supuesto, los países ricos tienen parte de la culpa también. Japón, Corea del Sur y Taiwán todos protegen a sus arroceros; usted incluso verá arroz siendo cultivado en España e Italia, ayudados por los subsidios y el proteccionismo de la Unión Europea. EE.UU. gasta miles de millones subsidiando a los productores domésticos de arroz. En el corto plazo estos productores domésticos significan menos presión de demanda en el mercado mundial, lo cual podría parecer algo bueno. Pero, nuevamente, los efectos a largo plazo son perniciosos.

La producción de bajo costo de arroz en países como Tailandia no está preparada para toparse con una demanda extranjera más alta, como sí lo estaría en un mercado más libre. Cuando se necesita más arroz, la capacidad es limitada y los granos se demoran en llegar. Y el arroz protegido de los países ricos es simplemente demasiado caro para aliviar el hambre en los países más pobres.

Últimamente se ha puesto de moda aseverar que, en estos tiempos de turbulencia financiera, las enseñanzas pro-mercado de Milton Friedman pertenecen más al pasado que al futuro. La verdad más triste es que cuando se trata de la producción de los alimentos—posiblemente la más importante de todas las actividades humanas—las ideas de libre comercio de Friedman todavía no han comenzado a ser escuchadas.

Este artículo fue publicado originalmente en el New York Times (EE.UU.) el 27 de abril de 2008.
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