Milton Friedman
Me acabo de enterar que murió mi querido maestro Milton Friedman. Estuve con él por última vez en marzo pasado, en la reunión anual de Alamos Alliance, que por primera vez no se celebró en México porque Friedman ya no quería viajar fuera de Estados Unidos.
A reserva de escribir varios ensayos en los que aluda a las contribuciones esenciales de Friedman a la ciencia económica, y cómo su trabajo y persistencia cambiaron el paradigma y el centro de gravedad de las políticas económicas en muchos países, hoy intento un bosquejo muy particular.
Cuando fui estudiante en la Escuela Economía de la UNAM, plantel de un nivel académico muy disparejo dónde se enseñaba sobre todo algo de keynesianismo elemental y mucho marxismo “light”, la sola mención de Friedman y Chicago era la invocación del demonio.
Yo tenía mucho interés en la Teoría del Comercio Internacional por lo que cuando llegó el momento de hacer solicitudes para el postgrado, entre las universidades que elegí estaba Chicago pues tenía un grupo de especialistas en ese tema que era impresionante: Harry Jonhson, Lloyd Metzler, Robert Mundell y Arnold Harberger, para abrir boca.
Si bien Friedman no se dedicaba a la economía internacional, había hecho contribuciones importantes al debate en política cambiaria, apoyando tipos de cambio flotantes como el mecanismo idóneo para alcanzar la estabilidad, de combinarse con reglas idóneas para normar la expansión monetaria.
Cuando fui a Chicago en diciembre de 1970 —no asistí al trimestre de otoño porque mi padre murió en agosto— sabía que había llegado a una gran universidad pero no tenía una idea cabal de su importancia crucial.
Entonces se libraba una batalla a muerte de principios en conflicto. De un lado estaba la mayoría de las universidades del mundo proponiendo sistemas económicos altamente regulados, elevados impuestos y gasto público, que eran las prescripciones de política keynesiana.
Por el otro estaba Chicago con Milton Friedman al centro y un puñado de economistas comprometidos con la libertad individual, la economía de mercado y gobiernos acotados, que se limitaran a crear las instituciones y las leyes requeridas para la buena marcha de la sociedad y alentar la competencia.
En mis años en Chicago tuve la suerte que Milton enseñara no sólo sus cursos de Moneda y Banca, su área de especialización por años, sino que diera por primera vez en un cuarto de siglo, y última en su vida, su curso de Teoría de Precios, para “darle una pulida” a su texto provisional que circulaba entonces.
Friedman asistía puntualmente a todas sus clases y atendía de buen grado y sin prisas a sus alumnos, a pesar de que ya era una celebridad aún antes de ganar el Premio Nobel en 1976. Pero dónde más se aprendía en Chicago era en los seminarios, y Milton presidió el de Moneda y Banca por años.
En una reunión reciente le pregunté a Friedman si alguna vez había considerado intentar ganar un segundo Premio Nobel, consciente que no se puede repetir en la misma disciplina. Con su mente rapidísima me contestó que sí, que lo había pensado, pero que concluyó que hubiera sido un mal uso de su recurso más escaso, el tiempo.
Consciente que el texto de Paul Samuelson ha cambiado 180 grados en treinta años, en marzo pasado le pregunté Milton que si tuviera la oportunidad de reescribir Price Theory, qué cambiaría. Me dijo que seguramente agregaría nuevos elementos, como Teoría de Juegos, pero que no cambiaría más nada.
Milton Friedman siempre supo distinguir entre lo efímero y lo permanente. Por sus contribuciones invaluables, por su persistencia y por sus habilidades persuasivas, el mundo es hoy más libre y más próspero. ¡Gracias maestro!