Fascismo y marxismo: El rechazo de la libertad
Por Alan Reynolds
Cuando el presidente Bush recientemente utilizó la frase “fascistas musulmanes”, se le prestó mucha más atención a la segunda palabra. Pero la referencia al fascismo fue más relevante en muchos aspectos y probablemente más adecuada. Las teocracias dictatoriales del Talibán y de Ayatollah Khomeini podrían ser descritas adecuadamente como fascistas, pero también podrían ser descritas así las dictaduras seculares de Saddam Hussein y de Idi Amin.
Algunos de los partidarios del presidente Bush pensaron que el usó la palabra “fascismo” para referirse al anti-Zionismo (ya que los árabes son Semitas). Pero no todos los fascistas son racistas ni todos los racistas son fascistas. Mussolini no era hostil para con los judíos hasta octubre de 1938 cuando se volvió oportuno políticamente aplacar a Hitler. Los fascistas italianos y españoles no eran miembros de la “raza nórdica” de Quisling o de los mal denominados “arianos” de Hitler (pues en realidad los arios eran un grupo lingüístico de los Indo-Europeos, principalmente los iraníes).
La única cosa que todos los fascistas tienen en común no es el racismo sino el estatismo—el rechazo absoluto de los derechos individuales y de la libertad. En las palabras de Mussolini, “Todo en el estado, nada fuera del estado, nada en contra del estado”.
El libro de 1964 de Eugen Weber “Varieties of Fascism” (Las variedades del fascismo) comenzó por señalar que “El siglo 19 ha visto los mejores días del liberalismo, el florecimiento de las instituciones parlamentarias y democráticas, la afirmación de la empresa privada y de la libertad individual. El siglo 20 sería dominado por tendencias—colectivistas, autoritarias, anti-parlamentarias y anti-democráticas—las cuales realzaban el elitismo a expensas de la igualdad, el activismo y la irracionalidad en contra de la razón y el contrato, la comunidad orgánica en contra de la sociedad constitucional”.
La referencia de Weber a los regimenes colectivistas-autoritarios incluía al fascismo, pero obviamente se aplicaba también al comunismo, el cual era en ese entonces poderoso en la Unión Soviética, China, Cuba y Vietnam. Las semejanzas más tarde se hicieron explícitas en el libro “The Faces of Janus: Marxism and Fascism in the Twentieth Century” (Los rostros de Janus: Marxismo y fascismo en el siglo veinte) de James A. Gregor.
El fascismo es un sistema colectivista en el cual algún líder de pandilla egocéntrico tal como Mussolini, Hitler o “Papa Doc” Duvalier se toma el poder político totalitario de por vida y luego usa la fuerza bruta para robar la propiedad y asesinar y encarcelar a quien le de la gana. El comunismo, en cambio, es un sistema colectivista en el cual algún líder de pandilla egocéntrico tal como Stalin, Mao, Pol Pot, Ceausescu o Castro se toma el poder político totalitario de por vida y luego usa la fuerza bruta para robar la propiedad y asesinar y encarcelar a quién le de la gana.
Los dictadores fascistas usualmente colocan imágenes gigantescas y estatuas de si mismos en cada esquina importante de las calles. También lo hacen así los dictadores comunistas. Y también lo hacen así los teócratas que aspiran a ser dictadores fascistas, tales como Hassan Nasrallah de Hizbolá (el “Partido de Dios”) y Osama bin Laden.
Una vez que se toman el poder, los dictadores fascistas terminan tratando de establecer dinastías políticas, tales como la de “Papa Doc” Duvalier de Haití quien dejó su poder a Baby Doc. Los dictadores comunistas, en cambio, resultan tratando de establecer dinastías políticas, tales como la de Kim Il Sung quien ha dejado su poder a Kim Jong Il. Fidel Castro de la misma manera pretende que Cuba y sus sirvientes permanezcan siendo la propiedad privada de la familia Castro.
Una monarquía totalitaria hereditaria no es una idea nueva radical—era muy familiar para Louis XVI y para Maria Antonieta. Pero aún así al Comandante Castro y al Coronel Qaddafi de Libia se les ha permitido describir su dictadura militar como una dictadura “revolucionaria” en lugar de una reaccionaria. Fidel describe a su hermano Raúl como “más radical” porque él asesinó a más personas que él. De acuerdo a aquél estándar, Pol Pot, Stalin y Mao Tse-Tung deben haber sido unos tipos verdaderamente progresivos. Ni hablar de Hitler o de Attila el Uno.
Las dictaduras comunistas son supuestamente tan totalmente diferentes de las dictaduras fascistas que a nuestros niños en la escuela desde hace mucho se les ha indoctrinado a categorizar a los líderes de las pandillas comunistas en “la izquierda” y a los líderes de las pandillas fascistas en “la derecha”. Pero esta división en dos describe solamente la retórica racional a favor del estatismo, no las diferencias relevantes. Dejando los membretes a un lado, todo se trata de la conquista y el poder.
Aquellos que dicen ser dictadores en nombre “del pueblo” son llamados líderes comunistas o socialistas—como en la “República Popular de Corea” o en la “Gran Jamahiriya Popular Socialista Árabe Libia”. Aquellos que dicen que son dictadores en nombre de “la nación” son llamados fascistas. Pero aún así Cuba, Corea del Norte y Libia son igual de nacionalistas y xenofóbicas que los fascistas.
Si un gobierno autoritario da ordenes a los empresarios y trabajadores, se le tilda de fascista o de “economía planeada” (socialismo). Hitler por lo tanto se jactaba en 1935 de haber establecido “una oferta planeada de labor, una regulación planeada del mercado y un control planeado de los precios y salarios”.
Si un gobierno autoritario de hecho roba y conduce gran parte de los negocios, y por lo tanto es jefe de todos, eso se llama comunismo. “En un país donde el único empleador es el estado”, explicó Leon Trotsky, “la oposición significa morirse de hambre lentamente”.
Ayn Rand, la novelista-filósofa, pensó que gran parte de la historia había sido dominada por curanderos y pandilleros (Attila). Los pandilleros gobiernan a la fuerza, mientras que los curanderos se inventas excusas ingeniosas para el robo. En el último siglo, los curanderos muchas veces promovieron teorías seculares—ideas viciosas tales como la eugenesia y la guerra de las clases que se convirtieron en “movimientos” empañados de un fervor irracional. El marxismo se convirtió, en “el opio de los intelectuales”, en las palabras de Raymond Aron, cegando a muchos de las realidades de la opresión y del asesinato estalinista.
Muchos fascistas de los 1930s fueron cristianos, tales como el movimiento Christu-Rex de Leon Degüelle en Bélgica; algunos de los tempranos seguidores de Mussolini eran judíos. Pero hablar del fascismo cristiano o judío suena como utilizar más palabras de las necesarias. No hay nada inherentemente dictatorial acerca del Islam, como se ha demostrado en países predominantemente musulmanes tales como Turquía, Malasia, Indonesia, Pakistán y Tunisia.
De hecho, hasta hace poco, los curanderos más importantes del Medio Oriente eran principalmente los socialistas seculares—proponentes del pan-arabismo, tales como los baasistas de Saddam. La reciente combinación de retórica nacionalista y religiosa por parte de los clérigos musulmanes es distinta, ya que involucra una alianza literalmente suicida de curanderos y pandilleros. Los clérigos en sí no son suicidas o valientes, por supuesto. Su tarea es engañar a la gente joven para que se maten así mismos y a otros en nombre de la retórica colectivista en general (nosotros en contra de ellos) y para que asistan a los pandilleros y curanderos locales en su ambición de convertirse en dictadores.
Si la frase “fascismo musulmán” se convertirá en algo más serio que un insulto gratuito, su valor debe yacer en focalizar la atención en el peligro que hay cuando se mezcla la brutalidad y el asesinato con excusas cuasi-religiosas o cuando se combina la fuerza con el fraude o los pandilleros con los curanderos.
Este artículo fue publicado originalmente en Human Events Online el 24 de agosto de 2006.
Traducido por Gabriela Calderón para Cato Institute.