No, la culpa no es del euro
Juan Ramón Rallo cree que ahora que abundan las críticas contra el euro incluso hasta culparlo de causar la crisis económica "conviene no caer en la demagogia simplona aceptando como víctima propiciatoria aquella que nos ofrece con suma ligereza quienes sí han causado este entuerto".
Por Juan Ramón Rallo
Ahora que arrecian las críticas contra la moneda única europea desde todos los frentes, hasta el punto de elevarla a causa última de la crisis económica, conviene no caer en la demagogia simplona aceptando como víctima propiciatoria aquella que nos ofrece con suma ligereza quienes sí han causado este entuerto.
No voy a defender el euro porque sea una divisa que me agrade, al fin y al cabo se trata de un dinero fiduciario de curso forzoso, una aberración que debería resultar inaceptable para todo liberal y buen economista. No, si voy a defender al euro es porque precisamente lo que se le critica son todo ese elenco de políticas inflacionistas que siempre se han terminado cargando las economías y que la moneda única reprime en alguna medida; en otras palabras, si voy a defender al euro es porque quienes lo critican pretenden sustituirlo por algo mucho peor.
Para empezar, deberíamos ser moderadamente escépticos con la afirmación de que si España o Grecia no hubiesen entrado en la moneda única, habrían recibido menos crédito externo, dificultándose la financiación de su burbuja inmobiliaria o de sus déficits públicos. Los casos de Islandia, Hungría o Letonia demuestran que las expansiones crediticias de la banca tienden a filtrarse a todos los países que demandan crédito, resultando poco relevante durante un tiempo el riesgo de cambio (cuando todos los sistemas bancarios inflan su crédito, el valor de sus divisas puede parecer falsamente estable). Es muy probable que, aun estando España fuera de la moneda única, sus bancos se hubiesen endeudado en euros para conceder hipotecas a bajísimos tipos de interés en pesetas o, más simple, que hubiesen concedido directamente hipotecas multidivisas en euros.
Pero no querría centrar la discusión en si a España o a Grecia les hubiese ido mejor a principios de la década estando fuera del euro. Mi intención es responder a todos aquellos que apuntan a que la crisis europea se ve agravada por el hecho de poseer una moneda común, que es gestionada por un banco central (cada vez menos) independiente y que implica un sistema de tipos de cambio fijos entre países. ¿Realmente resultan estas condiciones monetarias tan catastróficas para la recuperación?
No, en sí mismo este marco institucional facilita el cálculo económico, la iniciativa empresarial y, sobre todo, el ahorro a largo plazo. Cuando el valor del dinero es más o menos estable, los agentes económicos pueden concentrar sus esfuerzos, no en protegerse contra el envilecimiento de la moneda, sino en servir más eficientemente a los consumidores. Por consiguiente, ¿cuáles son los problemas que acarrea el euro en opinión de sus críticos? Sólo uno: que no se puede emplear la inflación monetaria como mecanismo rápido y sencillón para solucionar los problemas particulares de cada economía.
Por ejemplo, si un país tiene un problema de competitividad exterior, sus industrias menos competitivas deberían reorganizarse para o bien para reducir los precios o bien para ofrecer productos más valiosos a un mismo precio. La solución de los inflacionistas es, por el contrario, más simple: depreciemos el tipo de cambio de la divisa nacional. De este modo, todos los precios automáticamente se reducirán. Poco les importa que la depreciación puede provocar que industrias que antes eran competitivas dejen ahora de serlo (si, por ejemplo, importan la mayor parte de sus factores productivos) o que se esté impagando de facto parte de las deudas exteriores del país (generándoles un agujero en sus balances a los acreedores). En lugar de favorecer la readaptación de la economía —eliminando todas las trabas y apoyos políticos distorsionadores—, alaban la depreciación como la solución a adoptar.
Otro ejemplo derivado del anterior: si para ganar competitividad en el extranjero es necesario reducir los salarios, al ser éstos muy inflexibles a la baja, más vale inflar el valor de la moneda para reducirlos en términos reales. De nuevo, lo mismo da que envileciendo la moneda no sólo pierdan poder adquisitivo los salarios, sino todas las otras rentas que no se indicien con la inflación; o lo mismo da que la inflación perjudique especialmente a las industrias punteras que más han invertido en capital (dado que el aumento de precios incrementa desproporcionalmente la rentabilidad de las compañías menos capital intensivas como supo ver Hayek en su ‘Efecto Ricardo’); o que los trabajadores puedan perfectamente esterilizar el efecto de la inflación si negocian al alza sus salarios (de modo que sólo pierden los grupos menos organizados que suelen ser los inversores de renta fija, esto es, buena parte de los ahorradores de un país). En lugar de defender que el mercado laboral debe reformarse de arriba abajo (eliminando los privilegios sindicales que existan) para ganar flexibilidad, les resulta más fácil inflar el valor de la moneda.
Y para terminar, otro caso de sobras conocido: si el coste de la deuda público de los países más manirrotos se dispara porque ningún inversor quiere prestarles dinero ante el dramático estado de sus cuentas públicas, de nuevo la solución es… ¿adivinan? Sí: inflación. Es el banco central quien tiene que monetizar deuda para así financiar los déficits presupuestarios del Gobierno con un ahorro que no posee y a tipos de interés artificialmente bajos. Por lo visto, a nadie se le ocurre que los Estados deficitaros deban ajustar sus cuentas antes de seguir gastando y despilfarrando aquello que no tienen; era más fácil que un banco central títere les siga financiando sus juergas. Muy bien, pero entonces no nos quejemos cuando pierdan todo incentivo a ser austeros y se aficionen a financiarse crucificando la moneda.
Así las cosas, ¿puede decirse que el euro sea el responsable de la crisis actual? De ninguna manera: el problema está en unos gobiernos que prefieren recurrir a la inflación antes que al reajuste de sus economías. Una completa huida hacia adelante que sólo sirve para erosionar el capital y el crédito de esos países —sólo hay que ver cómo se encontraban antes de entrar en el euro las economías que como Grecia, Portugal, Italia o España más jugueteaban con sus divisas— retrasando las reestructuraciones duras, largas, complejas e imprescindibles de la economía.
Si se puede decir que el euro ha fracasado es porque los PIGS (Portugal, Irlanda, Grecia y España) deberían haberse comportado como alemanes, pero en ningún momento se mostraron dispuestos a ello. Sus gobiernos ni querían dejar de gastar ni hacer las reformas “estructurales” necesarias, de manera que Alemania se ha tenido que encerdar para rescatar a los cerdos. Sería tanto como decir que un espacio libre de humos provoca cáncer de pulmón porque han entrado adictos al tabaco que no pueden evitar fumar a todas horas, convirtiendo al resto de las personas en involuntarios fumadores pasivos. Pero obviamente, en ese caso lo que seguiría provocando cáncer es el tabaco, no el espacio libre de humos; otra cuestión es si en un principio los no fumadores debieron haber abierto las puertas de esa sala a adictos incontrolables a la nicotina.