Hacia una sociedad de propietarios
José Piñera, en este extracto de un discurso que dio en Chile en 1980, explica las bases de la reforma previsional que revolucionó el mercado laboral chileno hace 28 años hoy.
Por José Piñera
Hoy Primero de Mayo se cumplen 28 años de exitosa operación del sistema de pensiones de capitalización individual. Más allá de su ingeniería técnica, esta revolución económica-social nació anclada en una concepción moral y una visión de país, como se puede apreciar en este discurso de 1980. En su reciente libro y documental The Ascent of Money. A Financial History of the World, el historiador británico Niall Ferguson sostiene que esta revolución constituyó "el desafío más profundo al Estado de bienestar en una generación. Thatcher y Reagan vinieron después".
(Extracto del discurso de José Piñera, Ministro del Trabajo y Previsión Social, con ocasión de la celebración del 1º de mayo de 1980).
Tras décadas de desaciertos, el actual sistema previsional está técnicamente quebrado: su déficit económico es de un valor aproximado de 10.000 millones de dólares. Pese al cuantioso aporte fiscal que se realiza cada año, un 70 por ciento de los jubilados recibe pensiones inferiores a $2.700. La mala atención, la burocracia y la complejidad del sistema hacen que incluso obtener estos exiguos beneficios sea para muchos una tarea ardua, difícil y a veces humillante. El régimen de reparto promueve fuertemente la evasión, y la facilidad para engañar al sistema ha quedado demostrada con el descubrimiento de los últimos fraudes previsionales.
Los seis pilares de la reforma
La reforma previsional es fundamentalmente una reforma al régimen de pensiones. Es este régimen el que muestra las más serias deficiencias, y es también aquí donde tienen origen las mayores distorsiones e injusticias del actual sistema previsional. Seis son las líneas centrales del proyecto de reforma al régimen de pensiones.
La primera y más importante de ellas es el cambio del régimen de reparto por un régimen de capitalización individual. Los aportes al sistema de pensiones constituirán un patrimonio de cada trabajador, cuyo saldo estará a la vista del imponente en su libreta de ahorro previsional. Incluso, con cargo a sus aportes, el trabajador podrá optar a jubilar con anterioridad a los requisitos de edad hoy existentes. En la actualidad no existe una relación adecuada entre esfuerzo y retribución, lo que conduce a que tanto trabajadores como empresarios intenten evadir sus obligaciones previsionales. El control individual que puede hacer el trabajador, más la estrecha supervisión y control estatal, serán la mejor garantía de una administración eficiente en el nuevo esquema de pensiones.
Segundo, el Estado garantizará a todos los imponentes una pensión mínima. Todos aquellos cuyos aportes no alcancen para acumular un capital que dé acceso a una pensión vitalicia mínima, serán apoyados en virtud de la acción redistributiva y solidaria del nuevo sistema.
Tercero, el Gobierno ha manifestado reiteradamente su intención de
fortalecer la libertad personal. La reforma previsional se mantendrá
fiel a este principio. Nadie será obligado a cambiarse al nuevo sistema
de pensiones. Aunque ello introduzca una dificultad adicional, que se suma
a la complejidad inherente a cualquier intento de reforma, el proyecto garantiza
a todos los imponentes la posibilidad de permanecer en el actual sistema si
así lo estimaren conveniente.
Cuarto, se establecerá un método justo para reconocer los derechos
que los imponentes han adquirido en el sistema actual. El método de
cálculo será impersonal y objetivo, lo que constituirá
la mejor garantía de que nadie podrá acceder a beneficios que
no le corresponden.
Quinto, se reducirá el impuesto al trabajo que implican las altísimas
tasas actuales de cotización. La reforma tendrá así un
significativo papel en la reducción de la tasa de desempleo, que se
mantiene aún a niveles altos pese al dinamismo de la economía
en la creación de nuevas fuentes de trabajo.
Por último, el proyecto considera extender la previsión social
a los trabajadores independientes. A través de un aporte similar al
de los trabajadores dependientes, ellos podrán acceder tanto a los
beneficios del régimen de pensiones como a los de salud.
Una previsión libre, pero a la vez solidaria; una previsión justa, pero a la vez eficiente; una previsión para todos; esa es la meta de la reforma previsional.
Trabajo y libertad
Trabajadores chilenos. El año pasado, en esta misma fecha, les invité a mirar el trabajo cotidiano en la perspectiva grandiosa del acto en que el hombre imprime las huellas de su propia alma sobre la naturaleza, participando de esa manera en la creación continua del universo.
Hoy quisiera invitarlos a una reflexión expresa sobre el lazo que une al trabajo con la libertad. Toda forma de trabajo es un ejercicio constante de la libertad humana. Mediante su trabajo creador, el hombre no sólo expresa y manifiesta su condición libre, sino que también acrecienta día a día la magnitud de su libertad.
El hombre, trabajando más y mejor, se libera de la servidumbre de las ciegas fuerzas de la naturaleza, de la esclavitud geográfica, de las imposiciones del clima y del medio ambiente.
El hombre, trabajando más y mejor, se libera también de las coacciones sociales y de las presiones políticas. En efecto, su capacidad creativa le permite erguirse con firmeza frente al posible atropello de un Estado totalitario, que para imponerse requiere una masa anónima de siervos tan dóciles como carentes de educación laboral.
Y con el producto de su mayor y mejor trabajo, el hombre conquista ese tanto de propiedad privada, de libertad económica, que es la base de su libertad social y política, pues le impide ser arrasado por un poder central absoluto: sólo el que nada tiene puede caer bajo el yugo de esas fuerzas impersonales e irrestrictas.
En Chile nos dirigimos hacia la consolidación de un país de propietarios, que es un pueblo de hombres libres.
Nuestra política laboral, pues, no tiene otra meta que hacer posible a cada trabajador chileno un máximo de libertad social que se despliegue en sus diversas formas: libertad de asociación, de información, de trabajo, de consumo, de participación.
No se crea, sin embargo, que hablamos de una libertad considerada en abstracto, ni de una ética laboral desarrollada en el alma del trabajador por arte de magia. La libertad se educa, y los resortes morales que ella mueve dependen en alto grado de la capacitación del hombre que trabaja.
Educación, educación, educación
Nuestro énfasis en la dimensión moral del trabajo como acto libre sería un proyecto utópico si no viniera respaldado por una clara decisión de mejorar la calidad de la educación, volcando en ella todos los recursos económicos, técnicos, científicos y culturales que sean posibles en la etapa actual del desarrollo del país.
Un proyecto laboral de veras liberador sólo tiene sentido en el contexto de un proyecto educacional inspirado en los mismos principios humanistas y libertarios. No descansaremos hasta no poner al alcance de todos los chilenos las herramientas adecuadas para su mejor capacitación profesional, mediante una política de educación creativa e integralmente abierta a las grandes mayorías nacionales.
Quisiera sacar algunas conclusiones de este lazo profundo que anuda la libertad con el trabajo. Un trabajo más libre es un trabajo que ha sido menos impuesto por presiones externas, y más elegido en forma voluntaria de acuerdo con las aptitudes personales. En otras palabras, es un trabajo más vocacional: se lo ejerce vocacional y apasionadamente; se lo ejerce, a pesar de su esfuerzo o quizá en virtud de ese mismo esfuerzo, en forma más alegre, como alegre es la superación de aquello que sentimos como un desafío personal.
Soñamos con un Chile de chilenos con vocación de trabajo. Tal concepción del trabajo iguala, por eso mismo, los oficios más humildes con los que se estiman más encumbrados. Lo diré con las palabras insuperables de Gabriela Mistral: "Hay entre las artes más complejas y más humildes una correlación mística, así quedan por ella unidos, aunque no lo reconozcan, el artesano encorvado sobre su laca y el hombre que trabaja con la santidad de la palabra", es decir, así convergen el obrero y el poeta, el labriego y el artista.
Sabemos que, con ese fin, debemos vencer el gran reto de los tiempos modernos: la humanización de la técnica, el ser dueños y no servidores de la gran tecnología, el no ser esclavos sino señores de la máquina, es decir, del producto de nuestras propias manos. Lo diré de nuevo con Gabriela Mistral: la máquina deber ser "la criada de la imaginación, los pies humildes y ágiles de la inteligencia artesana". Estoy seguro de que nuestro pueblo posee, frente a ese gran reto, la fuerza y salud moral que otras naciones, más ricas y avanzadas en su tecnología, no parecen tener en la actualidad.
Un pueblo de hombres libres; un pueblo de propietarios; un pueblo de hombres amantes del trabajo por obra de una educación creativa; un pueblo de hombres que dominan y no son dominados por el maquinismo; un pueblo de hombres que experimentan su trabajo diario como una vocación suprema y no como una maldición o un mal menor; he allí la altísima meta de nuestra política laboral. Que ya ha mostrado al mundo entero sus primeros pasos, sus conquistas indesmentibles, su contenido ético y su intransable compromiso con la justicia y la libertad.