En defensa de los inmigrantes
Alberto Benegas Lynch (h) considera "espectáculo bochornoso el muro de mil quinientos kilómetros en la frontera estadounidense con México (que, por otro lado, los inmigrantes también se desplazan por la frontera con Canadá y por los aeropuertos) y las restricciones impuestas en Europa y otras latitudes".
Se anuncia un próximo pronunciamiento de la Suprema Corte de Justicia de EE.UU. con motivo de la ley de Arizona SD 1070 en la que una persona pude ser requisada y eventualmente detenida si la policía y equivalentes encuentra “sospecha razonable” (sic) que su status migratorio no cuenta con los permisos que exigen las normas vigentes. El derrotado Sarkozy declaró muy suelto de cuerpo en su campaña electoral que “en Francia hay demasiados extranjeros”, en Austria avanza la histeria contra foráneos y Chávez insiste con su antisemitismo (mi querido amigo Carlos Alberto Montaner vaticina que el gobierno chavista no será estudiado en clases de ciencia política sino de criminología). Estas son solo algunas muestras, pero a raíz de estas andanadas de odio, vamos a analizar el tema de un modo más general y aplicable a todos los países y circunstancias.
De entrada decimos que la expresión “inmigración ilegal” constituye una afrenta a elementales principios de la sociedad abierta (para recurrir a un término popperiano). Lejos están los tiempos en que la xenofobia y los estatismos no estaban presentes de modo incómodo y avasallador. A. J. P. Taylor nos recuerda en su History of England 1914-1945 que “desde agosto de 1914 un inglés sensible y cumplidor de las leyes podía pasar su vida sin prácticamente notar la existencia del Estado, más allá del correo y la policía. Podía vivir su vida donde quisiera y del modo que quisiera. No tenía ningún número oficial de cédula de identidad. Podía viajar al exterior sin pasaporte ni ningún permiso oficial. Podía cambiar su moneda por cualquier otra sin restricciones o límites. Podía comprar bienes de cualquier país en el mundo de la misma manera que lo podía hacer en su país. A esos efectos, un extranjero podía pasar su vida en este país [Inglaterra] sin premiso y sin informar a la policía […] El inglés pagaba impuestos en una escala modesta, menos del 8% del ingreso nacional”.
En el contexto inmigratorio —al efecto de disipar la falacia de que el trabajador extranjero puede desplazar al local— lo primero es aclarar que si los arreglos contractuales con libres no hay tal cosa como desempleo involuntario. Como es sabido, los recursos son limitados y las necesidades ilimitadas. El factor trabajo es el recurso por excelencia, puesto que no resulta posible prestar un servicio o producir un bien sin el concurso del trabajo intelectual y manual. No importa la cantidad de trabajo disponible, nunca se podrá abastecer la creciente demanda de bienes y servicios (por otra parte, si fuera así, estaríamos en Jauja y no habría necesidad de trabajo alguno ya que habría de todo para todos todo el tiempo). La desocupación que observamos siempre se debe al bloqueo de contratación voluntaria a través de las llamadas “conquistas sociales” que pretenden colocar por decreto salarios por encima de lo que al momento permiten las tasas de capitalización que son la única causa de la mejora de ingresos (esa es la diferencia en esta materia entre el nivel de vida de Uganda y Canadá). En esa situación el único modo de encontrar empleo es trabajar en negro para saltearse la imposición legal que expulsa gente del mercado laboral. El pintor de brocha gorda de La Paz que se muda a Houston gana cinco veces más, no por la generosidad del empresario tejano sino porque no tiene más remedio que pagar salarios elevados debido a las tasas de capitalización existentes. Esta es la razón por la que en ciertos países no puede contratarse tal cosa como servicio doméstico, no es porque el ama de casa no le gustaría contar con ese apoyo logístico, es que resulta muy caro. A su vez, la forma de contar con salarios elevados consiste en disponer de marcos institucionales civilizados.
Por supuesto que, igual que en el librecambio de bienes, puede circunstancialmente disminuirse algún salario debido a la competencia, pero el mejor aprovechamiento del capital y la mayor productividad elevan las tasas de capitalización conjuntas lo que empuja todos los salarios e ingresos al alza.
Se ha dicho que los inmigrantes significan un costo adicional al fisco (es decir, al contribuyente) debido a que recurren a servicios del llamado “estado benefactor” (salud, educación etc.). En realidad este es un problema del “estado benefactor” (una contradicción en términos, puesto que la beneficencia es realizada con recursos propios y voluntariamente) y no un problema que presenta la inmigración. De todos modos, para que esto no sirva de pantalla al efecto de eliminar o limitar la inmigración, debe subrayarse que a los inmigrantes les debería estar vedado el uso
de ese tipo de servicios pero, naturalmente, tampoco deberían estar obligados a aportar para mantenerlos con lo que serían personas libres tal como a muchos ciudadanos les gustaría ser y no verse compelidos a financiar servicios caros, deficitarios y de mala calidad.
Se ha sostenido también que la inmigración “contamina” la cultura local y afecta la “identidad” del país receptor, como si la cultura fuera algo estático e incrustado en la persona y no algo dinámico y cambiante todos los días al incorporar nuevos conocimientos y perspectivas varias. Nadie está obligado a incorporar pensamientos y hábitos que no le resultan atractivos, de lo que se trata es de abrir horizontes de par en par y rechazar culturas alambradas propias del troglodita. En definitiva, todas las culturas son un permanente intercambio de préstamos y donaciones. En este plano de discusión, se ha insistido en la “preservación de la lengua nativa” como si se tratar de un trofeo inamovible y no inserto en un proceso de cambio permanente (de allí es que resulta incomprensible el inglés o el castellano antiguos).
No se trata de sostener que todos los inmigrantes son excelentes personas, los hay malos, regulares y buenos como en cualquier grupo humano (al fin y al cabo, excepto algunos africanos, todos somos descendientes de inmigrantes o inmigrantes de primera generación puesto que el origen del hombre se sitúa en África), pero en sus estudios Julian Simon alude a los promedios en base a las motivaciones de los inmigrantes para dejar sus tierras y a la atenta observación de los consiguientes comportamientos en sus nuevos destinos. En ese sentido, ha presentado varios trabajos sumamente medulosos sobre la inmigración pero se destacan por las muy ilustrativas series estadísticas y la sólida argumentación, su libro The Economic Consequences of Immigration y su ensayo “Are there Grounds for Limiting Immigration?”. En una nota periodística no resulta posible reproducir la sustanciosa documentación y los cuadros respectivos pero podemos mencionar apretadamente sus conclusiones, que se dan de bruces con la propaganda nacionalista, las cuales son como sigue: a) los inmigrantes están más dispuestos a trabajar en tareas que los nativos no aceptan; b) son más flexibles en el traslado a distintos lugares; c) tienen menos hijos debido a la inseguridad y a las situaciones apremiantes por las que han debido pasar en sus países de origen; d) muestran mayor propensión al ahorro; d) revelan buen desempeño no solo en sus trabajos sino en sus estudios; e) debido a sus edades muestran estados de salud sumamente satisfactorios; y; f) ponen de manifiesto su capacidad para encarar nuevos emprendimientos.
Desde luego que debe defenderse de quienes pretenden ingresar al país receptor con antecedentes criminales o significan peligro para los derechos de terceros, pero esto no va contra la inmigración sino contra toda persona sea o no nativa que se comporte de modo delictivo. Por otra parte, se ha pretendido argumentar que la libertad inmigratoria pude cambiar las ideas prevalentes en el país huésped sin percibir que, nuevamente, el tema no es de extranjeros o nativos sino de apuntalar los principios de la sociedad abierta con el rigor necesario, lo cual muchas veces no se condice con absurdos sistemas socialistas en países que se dicen parte del mundo libre y que significan un riesgo manifiesto para el futuro (tal como lo revela, por ejemplo, en EE.UU., Thomas Sowell en Inside American Education).
Por eso es que resulta un espectáculo bochornoso el muro de mil quinientos kilómetros en la frontera estadounidense con México (que, por otro lado, los inmigrantes también se desplazan por la frontera con Canadá y por los aeropuertos) y las restricciones impuestas en Europa y otras latitudes. Si todo fuera propiedad privada, la aceptación e invitación o rechazo de personas resultaría con mayor claridad pero en estas cuestiones el asunto no difiere si no se da lugar la utilización de la vía pública como vivienda. En resumen, el respeto a todas las personas y el castigo a los delincuentes resulta esencial, con total independencia del lugar de nacimiento de las personas.
Este artículo fue publicado originalmente en El Diario de América (EE.UU.) el 10 de mayo de 2012.