El orden de los factores altera el producto

Alberto Benegas Lynch (h) considera que "la política es necesariamente una consecuencia del clima de ideas que prevalece. No resultan posibles discursos políticos desconectados de la opinión pública. Al efecto de permitir discursos acorde con la sociedad abierta, es menester clarificar el camino".

Por Alberto Benegas Lynch (h)

En álgebra se dice que una operación binaria es conmutativa cuando el resultado es idéntico no importa el orden de los elementos, en este contexto es que deriva la sentencia de que “el orden de los factores no altera el producto”. Pues las cosas no son así en ciencias sociales. Cambios en el orden de los factores modifican sustancialmente el resultado. La adecuada educación viene antes de cualquier otra cosa si se quieren evitar tumbos y barquinazos de envergadura.

Es curioso pero aún hay muchas personas que insisten en que debe darse prioridad a la política al tiempo que mantienen que “la educación es a muy largo plazo” y, por ende, en la práctica, paradójicamente, la relegan a las calendas griegas. Desde hacen décadas vengo escuchando la misma cantinela con los mismos resultados, es decir, naturalmente, en la medida en que prevalecen estas apreciaciones, el plano inclinado se acentúa mientras las izquierdas, siguiendo el consejo de Gramsci, trabajan diariamente en la educación. Mi autor favorito no es Mao-Tse-Tung pero sostenía con razón que “la marcha más larga comienza con el primer paso”. Entonces, el orden de los factores si altera el producto (y mucho). Si se deja para “después” la educación y se prioriza la actividad política, en cada etapa se nota que las izquierdas corren la agenda hacia su rincón y obligan al resto de indolentes a debatir sus temas y desde sus ángulos visuales.

Los distraídos esgrimen que el asunto es urgente y, por ende, se debe “salvar la situación” votando al menos malo, lo cual se repite una y otra vez y, claro está, en cada etapa el  “menos malo” es más malo que en la circunstancia anterior. En el fondo esta actitud que resulta suicida es por pereza mental y por desidia. Son los que pretenden seguir con sus negocios y arbitrajes personales y solo le destinan algunos instantes en la vida social a la crítica y a sostener con inusitado énfasis que se debe apoyar a fulano o mengano en la contienda electoral “y después habrá tiempo para la educación”, tiempo que no les llega nunca además de la referida alteración flagrante de las prioridades.

Como he escrito antes, nada hay más efectivo para la comprensión y difusión de ideas que la cátedra, el libro, el ensayo y el artículo pero si esto no fuera posible para algunos, siempre hay un procedimiento para ayudar a que se logren los objetivos. Fuera de lo señalado, el más efectivo consiste en las reuniones periódicas de grupos de ocho o diez personas para discutir un buen libro. Por turno uno expone sobre un capítulo y el resto, habiéndolo leído, lo comenta, lo critica y lo discute según el propio criterio. Al año siguiente cada persona inicia un grupo nuevo y así sucesivamente. El efecto multiplicador que produce cada uno de los miembros de los antedichos grupos es notable sobre las respectivas familias, en los lugares de trabajo, en las reuniones sociales y deportivas. Este procedimiento es especialmente fértil porque comienza con la propia capacitación.

Como también he dicho antes, entiendo que los problemas que se viven en cuanto al avance del Leviatán y la extensión de la cleptocracia como sustituto de la democracia no se debe tanto al trabajo que llevan a cabo los socialismos sino al abandono de quienes se dicen partidarios de la sociedad abierta.

No puede esperarse un milagro en cuanto a la rectificación del rumbo si no se contribuye al entendimiento de los fundamentos de la condición humana en cuanto al necesario oxígeno para respirar libertad. Es criminal esperar que sean otros los que resuelvan los problemas con la malsana pretensión de dedicarse a los quehaceres personales y evadir las responsabilidades.

Todos estamos interesados en que se nos respete, por tanto, independientemente de cual sea la tarea a que nos dediquemos, sea a la música, a la jardinería, la economía, el derecho, a la agricultura o al comercio, todos debemos contribuir a que se aclare la situación y se mantengan los valores y principios que permiten el respeto recíproco. Cuanto más se deje transcurrir el tiempo, más difícil será remontar la cuesta.

En esta instancia del proceso de evolución cultural, la política es necesariamente una consecuencia del clima de ideas que prevalece. No resultan posibles discursos políticos desconectados de la opinión pública. Al efecto de permitir discursos acorde con la sociedad abierta, es menester clarificar el camino. La inmensa mayoría de la gente es receptiva y hospitalaria a las ideas de la libertad, pero si no tiene la oportunidad de escuchar esa campana es lógico que se vuelque a las ideas socialistas que se les machaca en la  mayor parte de los centros de estudios, en los medios y en las reuniones laborales y sociales. Y esto es así debido a que el socialismo requiere razonamientos más superficiales y más cortos que lo que demanda el liberalismo. Por esto es que el célebre premio Nobel Friedrich Hayek repetía que las ideas liberales son “contraintuitivas”, es decir, lo primero que se piensa en materia social es errado si no se destina tiempo y esfuerzo suficiente para razonar y analizar todos los elementos en juego.

Vivimos la era de la “redistribución de ingresos”, esto es, la apología de la estafa legal, el endiosamiento del uso violento del aparato estatal para arrancarle el fruto del trabajo ajeno. Se vuelve a distribuir por la fuerza lo que se distribuyó libre y voluntariamente en el supermercado. Esta reasignación compulsiva de los siempre escasos recursos consume capital, lo cual, a su vez, disminuye salarios e ingresos en términos reales. Mientras, los funcionarios públicos y los pseudoempresarios amigos del poder se enriquecen a costa de sus semejantes.

El orden de los factores altera gravemente el producto. Si no se destina tiempo a las labores educativas no habrá salida para aquellos que apuntan a vivir con dignidad y mantienen su autoestima y un sentido de mínima decencia y decoro. Y no se trata solamente de colegios y universidades sino principalmente de la responsabilidad de la familia puesto que en no pocos casos la llamada educación formal se transforma en ejercicios de adoctrinamiento colectivista. Y todo esto no es cuestión de mala suerte (por otra parte, en rigor la suerte alude a ocurrencias no previstas ya que los nexos causales están siempre presentes). Se trata de esfuerzos cotidianos que deben realizarse (al margen y en conexión al llamado azar, recuerdo aquel que decía: “tengo tan mala suerte que en mi circo hasta me crecen los enanos”).

El aprendizaje es un proceso que no tiene término en la vida de las personas. A cada instante se descubren nuevos conocimientos y muchas veces se refutan algunos de los anteriores. Esta tarea no hace más que evidenciar nuestra ignorancia y nuestras limitaciones y nos hace estar “en la punta de la silla” en la aventura del pensamiento al tiempo que ratifica la importancia de las mentes abiertas, despejadas de telarañas y prejuicios. Esto naturalmente resulta de trabajos diarios y estados de alerta permanentes. Hasta nuestras convicciones más profundas deben ser revisadas y pulidas si queremos progresar y ser partícipes de esa emoción profunda y sobrecogedora cuando se incorporan nuevas perspectivas, fruto de la exploración de fértiles avenidas que ensanchan el alma y nos hace más plenos como seres humanos.

De cada uno depende que las cosas cambien. Es un asunto personalísimo e indelegable. La antorcha de la libertad brillará o se extinguirá según la activa participación de cada cual en el estudio y la difusión del ideario liberal. No hay excusas. Tenemos que estar alertas respecto a lo que señaló Aldous Huxley en su célebre conferencia en la Universidad de Berkeley sobre la marcada tendencia de “tomarnos vacaciones de nosotros mismos” y así transferir la responsabilidad en otros (generalmente en “el líder” del momento).

Neil Postman en The End of Education dice que “escolarización no equivale a educación” y que hay que estar atento a “tres narrativas: los dioses del comunismo, el fascismo y el nazismo, cada uno de los cuales llegó con la promesa del cielo, pero no condujo más que al infierno” con lo que, si no hay un propósito noble, en última instancia, “las escuelas son centros de detención”  (a veces parecen madrigueras). La educación genuina siempre tiene un costo alto, como reza al aforismo anónimo: “Si usted cree que la educación es cara ¿por qué no prueba la ignorancia?”. Tengamos siempre en cuenta que en estas lides el orden de los factores altera el producto, el cual puede convertirse en un adefesio peligroso si no se coloca primero lo que es primero.

Este artículo fue publicado originalmente en el Diario de las Américas (EE.UU.) el 23 de diciembre de 2010.