EE.UU.: No estamos todos juntos en esto...
Edward H. Crane dice que "Si hay algo que caracteriza al excepcionalismo estadounidense es su feroz individualismo. A los estadounidenses no les gusta que les digan qué hacer —especialmente que se lo digan los burócratas".
Por Edward H. Crane
Habiendo asistido a la Universidad de California en Berkeley durante la década de los sesenta, tengo algo de nostalgia por esa multitud hippie, izquierdista y algo loca. Estuve de acuerdo con ellos acerca de la Guerra en Vietnam y acerca de prácticamente nada más en ese momento.
Por eso es que me da curiosidad saber en qué anda el equivalente actual a ese movimiento, MoveOn.org. Una carta para levantar fondos que ellos enviaron hace poco a sus miembros (créame, yo no soy uno de ellos) incluía esta aseveración: “Como progresistas, compartimos una creencia esencial de que todos estamos juntos en esto”.
Es una victoria pequeña, supongo, que los izquierdistas se sientan obligados a referirse a sí mismos como progresistas hoy en día. Pero MoveOn seguramente está en lo correcto cuando dice que la noción colectivista de que “todos estamos juntos en esto” es central para la visión izquierdista. A uno se le viene a la mente aquel slogan de los totalitarios que gobernaban la distopia en la película oscura y futuristica Brasil: “todos estamos en esto juntos”. He allí Robert Reich, conocido progresista y profesor de políticas públicas en mi alma mater, aconsejándole al presidente Obama acerca de cómo debería responder a la propuesta de presupuesto del representante Paul Ryan (Republicano por Wisconsin): “Obama debe mostrarle a EE.UU. que la elección es básicamente entre dos visiones fundamentales de esta nación. O estamos todos juntos en esto o somos un grupo de individuos que resulta que viven dentro de estas fronteras y están esencialmente solos”.
Dejemos a un lado esta falsa dicotomía. La elección difícilmente es entre las ovejas que están juntas en esto y un individualismo atomístico. Tocqueville se sorprendió de las muchas formas en que los estadounidenses amaban trabajar juntos. Casas de campo, iglesias, asociaciones de negocios, departamentos de bomberos voluntarios —la lista era casi interminable. Dicho esto, estas asociaciones fueron voluntarias y el Estado nada tuvo que ver con ellas. Si hay algo que caracteriza al excepcionalismo estadounidense es su feroz individualismo. A los estadounidenses no les gusta que les digan qué hacer —especialmente que se lo digan los burócratas.
Pero de eso se trata la izquierda. Hillary Clinton se lamentaba en el canal MSNBC durante su fracasada campaña presidencial de que los estadounidenses no saben cuáles son nuestros “objetivos” como nación. “No sabemos lo que estamos tratando de lograr. Y yo pienso que en la vida o en un país tenemos que tener algunos objetivos”.
Después de todo, “ganar el futuro” es el lema de la administración de Obama hoy en día y sin los “objetivos” nacionales, ¿cómo podemos saber si hemos ganado o no? En efecto, el presidente Obama tomó el consejo del profesor Reich y durante su discurso acerca del déficit, citó “una creencia de que todos estamos conectados; y que hay algunas cosas [muchas, al parecer] que sólo podemos lograr juntos, como una nación”.
Varios académicos han indicado debidamente que las dos grandes filosofías totalitarias del siglo XX, el comunismo y el fascismo, tenían metodologías y objetivos similares, por decirlo de alguna manera. Seguramente, denigrar la importancia del individuo y someter sus intereses personales a los objetivos más grandiosos del movimiento nacional fueron esenciales para ambas filosofías horrorosas. Aun así este lema anti-individualista y colectivista continúa en nuestro ambiente político y no solamente en la izquierda.
La superestrella del neoconservadurismo, David Brooks, escribió en el New York Times en marzo de este año: “La ciudadanía, después de todo, se construye sobre una concientización de que no somos tan especiales sino que estamos, en cambio, enredados en un proyecto en común. Nuestras vidas cobran sentido mediante el servicio que le proveemos a la nación. Me pregunto si los estadounidenses no están dispuestos a apoyar los sacrificios que se necesitarán para evitar la catástrofe fiscal, en parte, porque no se consideran parte de un proyecto nacional”.
Y yo me pregunto si alguna vez se la ha ocurrido al Sr. Brooks que la “catástrofe fiscal” a la que nos enfrentamos los estadounidenses es el resultado directo de proyectos nacionales llamados Seguridad Social, Medicare y Medicaid. ¡Oh sí! También aquel proyecto nacional de convertir a cada estadounidense en propietario de un hogar. No es por dar mucho detalle sobre este punto, pero no habría una obligación no financiada de $20 billones si la Seguridad Social hubiese permitido las cuentas individuales de ahorro. Habría un superávit enorme. Y limitar la compra de casas a los individuos que las podían pagar habría evitado el desastre de varios billones de dólares que el proyecto nacional creó.
Todo esto es suficiente para que uno quiera salir a ver la película Atlas Shrugged. Una vez más.