EE.UU.: El romance con los presidentes
Por Gabriela Calderón de Burgos
Gene Healy, editor principal del Cato Institute, ha escrito un interesante libro titulado El culto a la presidencia: La peligrosa devoción de los estadounidenses hacia el poder ejecutivo (The Cult of the Presidency: America’s Dangerous Devotion to Executive Power, Cato Institute, 2008). Aunque Healy se refiere en su libro a la evolución de la presidencia en su país, creo que es importante para los ecuatorianos conocer los peligros de la concentración de poder en el ejecutivo, inclusive en un país regido por una constitución que pretendía evitar la concentración de poder en cualquiera de las ramas del Estado.
La constitución de EE.UU., la más antigua del mundo, en su esencia tiene una profunda desconfianza de lo que un individuo (o grupo de individuos) es capaz de hacer si se le permite tener poder ilimitado. Sin embargo, a lo largo de los últimos dos siglos, la presidencia que los autores de ese documento se imaginaron ha sufrido transformaciones radicales. Presidentes como Theodore Roosevelt (TR), Franklin Delano Roosevelt (FDR), Woodrow Wilson, Harry Truman, y Lyndon B. Johnson sobresalen, de acuerdo a Healy, como los que construyeron la presidencia “imperial” o “heroíca” que existe hoy en EE.UU. En cambio Calvin Coolidge, William Howard Taft y Warren Harding son considerados por el autor como aquellos extraños presidentes que una vez que llegaron a la presidencia se dedicaron a reducir el poder que se concentraba en el ejecutivo.
Woodrow Wilson tenía una visión cuasi-religiosa de la presidencia. Healy cuenta que luego de ganar las elecciones y estando reunido con el director del partido demócrata para decidir los nombramientos políticos, le dijo a su colega: “Antes de que empecemos, quiero que quede claro que yo no les debo nada. Acuérdense de que Dios ha decidido que yo sea el próximo Presidente de EE.UU.”. Además, Wilson fue el primer presidente en romper con la tradición de Thomas Jefferson de que todos los discursos acerca del Estado de la Nación fuesen entregados por escrito en una carta dirigida al Congreso de la nación. Wilson lo hizo en vivo y en directo frente al Congreso. Harry Truman sería el primero en hacerlo en televisión y Lyndon Johnson sería el primero en hacerlo en el horario estelar.
Pero la transformación del ejecutivo no era solamente de forma sino también de sustancia. TR inició la costumbre moderna de gobernar a través de decretos ejecutivos. Mientras que entre fines de la guerra civil (1865) y el inicio de su presidencia solo se habían emitido 158 de estos, durante sus siete años en la presidencia se emitieron 1.006. TR inclusive pretendió—sin éxito—revolucionar la ortografía del inglés transformando, por ejemplo, la palabra “kissed” en “kist”. Pero lo más importante de su presidencia es que expandió la autoridad ejecutiva en asuntos extranjeros al utilizar las fuerzas armadas estadounidenses en Panamá para asegurar los derechos americanos sobre el canal—sin la debida autorización del congreso.
Truman extendió los poderes del ejecutivo para hacer guerra. La intervención estadounidense en Corea nunca fue consultada al congreso a pesar de que 33.000 soldados americanos murieron en esa guerra. Esto sucedió pese a que la Constitución estadounidense nunca contempló guerras iniciadas por la rama ejecutiva. Lyndon Johnson, si acudió al Congreso pero lo hizo para obtener un “cheque en blanco” que le daría al Presidente poder de decidir por si solo si iniciar o no una guerra en Vietnam.
Pero la rama ejecutiva también adquirió más poderes en casa. En 1942 FDR autorizó la reclusión masiva de más de 110.000 americanos-japoneses inocentes en campos de concentración a través del famoso decreto ejecutivo 9066. Con el decreto ejecutivo 10290, Harry Truman expandió la habilidad de los oficiales federales para mantener en secreto la información que ellos considerasen “necesario . . . para proteger la seguridad de EE.UU.”. John F. Kennedy no se quedó corto en abusar del poder para espiar sin la debida autorización a americanos inocentes.
Richard Nixon y su escándalo de Watergate le pondrían fin a la era de la presidencia “imperial” en la que los estadounidenses contemplaron plácidamente mientras la rama ejecutiva acumulaba más poder y el Congreso, en varias ocasiones, hasta se lo cedía. Y a pesar de que Reagan, Carter, Bush padre y Clinton todos también se adjudicaron más poderes de aquellos constitucionalmente delegados a la rama ejecutiva, no fue hasta el 11 de septiembre que revivió la presidencia “heroíca” con Bush hijo.
Healy explica que este tipo de personas—dispuestas a concentrar poder en si—llegan al poder cuando la gran mayoría de los electores demandan presidentes que lo resuelvan todo. Pero con grandes responsabilidades ilimitadas, como salvar una nación y resolver desde la pobreza hasta los malestares familiares, vienen poderes ilimitados. No obstante, gracias a la histórica tradición estadounidense de sospechar del poder concentrado, estos excesos nunca acabaron con el Estado de Derecho y en algunos casos fueron seguidos de un periodo de reducción del poder ejecutivo mientras que en otros no. El resultado final es una presidencia con mucho más poder que aquel conferido por la Constitución de EE.UU.
Todo lo que Healy cuenta en su libro sucedió en uno de los países que ha sido y, todavía es, uno de los más libres del mundo. Uno de los países con una de las tradiciones democráticas más sólidas y con una cultura profundamente escéptica de la concentración de poder. ¿Qué podría suceder en un país con una constitución que claramente concentra poder en el ejecutivo y donde hay una cultura que siempre ha creído que solo un héroe con poderes ilimitados nos puede “salvar”? Eso es algo que debemos considerar los ecuatorianos.
Healy termina su libro diciendo que “Un presidente verdaderamente heroico es aquel que aprecia las virtudes de la moderación—quien es lo suficientemente atrevido para actuar cuando es necesario, aunque lo suficientemente humilde para rechazar poderes que él no debería tener. Esa es la clase de presidencia que necesitamos, ahora más que nunca. Y no la conseguiremos hasta que la queramos”.
Este artículo fue publicado originalmente en la revista Clubes (Ecuador), edición de septiembre de 2008.