Banco Central de Europa, los peores a la cabeza

Juan Ramón Rallo dice que "Ya se ve cómo premia el sistema monetario europeo a sus mejores cabezas: quienes aciertan son expulsados y quienes yerran elevados a la cúspide".

Por Juan Ramón Rallo

Acaso, como sostiene el profesor Philipp Bagus en su reciente libro sobre el tema, la mayor tragedia del euro no haya sido la propia moneda única, sino un Banco Central Europeo, monopolio monetario fundado, precisamente, para saltarse a la torera la sensatez antiinflacionista y la disciplina teutona que imponía el Bundesbank.

Arrebatada la política monetaria europea de las garras de esos halcones del Bundesbank —cuando el Bundesbank subía los tipos de interés del marco, el resto de bancos centrales europeos tenían que comenzar a enfriar su expansionismo crediticio si no querían ver devaluadas sus divisas—, el Banco Central de Europa (BCE), primero con Duisenberg y luego con Trichet a la cabeza, tuvieron manos libres para colocar los tipos de interés allí donde más les conviniera a los políticos europeos, muchos de ellos alemanes y de izquierdas que deseaban periclitar la afamada independencia del Bundesbank (célebre es el caso de Oskar Lafontaine, compañero de correrías por aquel entonces del ínclito Strauss-Kahn).

Y parece que las cosas no van a cambiar demasiado al sustituir a un francés por un italiano. La incomprensible postura del BCE con respecto a Grecia parece que ya viene tutelada por Draghi, gobernador del Banco de Italia, contrario a llamar a las cosas por su nombre: en lugar de denominarlo quiebra, mejor restructuración; y en lugar de reconocer que los inversores perderán dinero, mejor considerarlo quitas voluntarias.

Bien está, lo importante es que no sigan enchufándole dinero a fondo perdido. Si Grecia quiere exponerse a salir del euro, a defraudar sus obligaciones internacionales y a perder toda financiación exterior, allá ellos con sus políticos e indignados. Pero el resto de europeos no deberíamos participar en ello, y menos aún sacrificando la unidad monetaria para camuflar de iliquidez lo que es genuina insolvencia.

De hecho, ni siquiera deberíamos haber participado desde un comienzo en tal despropósito. Y ahí, la sapiencia monetaria teutona algo debería haber tenido que decir al respecto: si hoy el BCE se enroca en indefendibles posturas es, simple y llanamente, porque ha seguido comprando deuda griega justo cuando debería haber dejado de hacerlo hace mucho. Recuerden: allá por mayo de 2010, el BCE modificó su normativa interna para poder seguir comprando alrededor de 45.000 millones de bonos helenos, por aquel entonces ya calificados como lo que eran: pura basura. ¿Por qué lo hicieron? Pues porque el virus monetarista, que afirma que cuanto necesitan nuestras economías para reanimarse es una buena inyección de dinero, lo contamina todo, especialmente las mentes de aquellos con cierta predisposición a recurrir a la inflación, que no por casualidad pueblan la mayoría de nuestros bancos centrales.

De nada sirvió que Axel Weber, presidente en aquel momento del Bundesbank, se opusiera con rotundidad a la monetización de deuda griega. No le hicieron caso y, por dignidad, meses después renunció a su cargo. Todo el poder quedó entonces en manos de la paloma Draghi, de quien no se conoce crítica alguna a esa extrema laxitud monetaria que ha llenado el activo del BCE de bonos basura. Ya se ve cómo premia el sistema monetario europeo a sus mejores cabezas: quienes aciertan son expulsados y quienes yerran elevados a la cúspide. Nada, por otro lado, que no se haya experimentado con anterioridad en EE.UU.